Acababa de casarme con mi pareja cuando decidimos ir a por el bebé. Desde que me bajó la regla, mis periodos fueron irregulares pero nunca le di mucha importancia. En cuanto tuve pareja formal le pedí a mi ginecóloga que me recetase la píldora para poder tener relaciones sin protección y estar cubierta de embarazos. Funcionó perfectamente y mis reglas pasaron a ser regulares.

Siempre he tenido una complexión fuerte y he tenido siempre sobrepeso. Como ya sabéis, en cuanto entras a una consulta y ven que pesas de más todo pasa a ser culpa de los kilos. Nunca he entendido cómo hay personas delgadas enfermas (entiéndase la ironía).

En las últimas revisiones me habían advertido de mi sobrepeso y me habían aconsejado bajar de peso para que pudieran mejorar los síntomas que venía notando desde ya hacía varios años. Terminaron diciéndome que lo que tenía era el Síndrome de Ovario Poliquístico. 

Decidí que quería cuidarme, por muchas razones. Por mi, por sentirme mejor, por verme mejor (por aquel entonces no sabía que podía quererme a mi misma estando gorda). Pero sobre todo, porque algún día quería ser madre y eso me preocupaba de verdad.

El año anterior a casarme volví a mi revisión anual en la cuál me felicitaron por el peso que había perdido, que rondaba los 20 kilos.

La única pregunta que le hice a la ginecóloga fue qué iba a pasar cuando decidiese que era el momento de ser madre. Temía tanto esa respuesta que creo que hasta tenía ensayada la cara que pondría cuando me dijeran que no podría ser madre. Su respuesta, sin embargo, fue my distinta. Me explico que no era infértil, que simplemente me costaría más quedarme embarazada porque tampoco podía saber cuándo ovulaba, ni llevar un registro ni un cálculo. Vamos que no podía decidirlo hoy, si quería ser madre el mes que viene. Es fue la conclusión que yo saqué.

Al año siguiente, mi novio y yo nos casamos. La ilusión de nuestra vida era ser padres aunque no queríamos precipitarnos. Por aquel entonces, yo tenía 30 años y él 35.

No queríamos tardar demasiado pero no teníamos prisa así que lo hablamos y decidimos que empezaríamos por dejar los métodos conceptivos y que yo empezaría a tomar unas vitaminas que me habían recomendado para ayudar a ovular. Con la vuelta a la rutina después de la boda y el trajín diario, la espera sería mucho más llevadera y como sabíamos que se haría de rogar, preferimos empezar a buscar.

Dejé la píldora en octubre y a principios de marzo me enteré de que estaba embarazada. Recuerdo ese día con tanta alegría… realmente en el momento que empezamos a buscarlo, habíamos empezado, sin quererlo, a tener prisa.

Siempre habíamos hablado de que queríamos tener una niña y solo una. No queríamos una familia grande, ni creíamos que fuese necesario que tuviese hermanos. Los dos somos hijos únicos y siempre hemos sido muy felices (y poco malcriados).

No sé por qué en cuanto supe que tendría un bebé empecé a pensar que dos no estarían mal. Ya imaginábamos nuestra familia de 4 con sus 2 niñas. Habíamos pensado ya el nombre y todo.

También barajábamos opciones para un niño, pero lo cierto es que no se nos ocurrían demasiados y no nos hacía la misma ilusión. Yo solía decir que me daba igual lo que fuese, que ahora que sabía que estaba dentro de mi lo quería más que a nada en este mundo.

Esperamos a contarlo a llegar a las 12 semanas. Cuando la gente se enteraba lo primero que hacían era preguntarnos qué queríamos. Y los dos decíamos al unísono: ¡una niña!

Empezaron las conjeturas, que si estaba guapísima y eso es que era un niño, que si la forma de la barriga decía que era una niña…me volví loca. No quería esperar más así que contraté una ecografía 4D con el objetivo de saber el sexo de mi bebé. Estaba solo de 16 semanas pero tenía tanta información externa que solo necesitaba ponerle nombre a mi bebé.

Fui con mi marido y mi madre. Al llegar allí, la persona que nos atendió nos explicó como sería todo, la verdad es que era muy agradable. En cuanto me tumbé y echó ese gel tan frío en mi barriga, lo primero que me preguntó es si quería saber el sexo del bebé. Entre risas le dije que venía sólo por eso.

¡Genial! Pues mira, se ve perfectamente porque está totalmente abierto de piernas. ¡Esto es el pene y los huevetes!

Me quedé tan blanca, que no fui capaz de disfrutar de la sesión. Recuerdo que se movía muchísimo y mi marido y mi madre se morían de risa y de ilusión. Y yo no estaba pudiendo disfrutar de ese momento. Todo lo que me contaba la chica de su familia me parecía absurdo, no me interesaba nada.

Esa noche lloré, lloré mucho. Nadie entendía por qué estaba tan disgustada.

Y es que el disgusto por saber que era un niño me duró 5 minutos, estaba disgustada porque no había podido alegrarme desde el primer momento, porque no podía ser la madre que ese bebé necesitaría, porque si no me alegraba de verle aunque fuese un niño no podría quererlo lo suficiente, y eso me atormentaba.

Qué equivocada estaba y cuántas veces al día me recuerdo que estaba llena de hormonas y de sabidurías populares.

Cómo no voy a querer a la persona que sin haber nacido me enseñó a quererme en todos mis días, con mis equivocaciones y mis buenas decisiones.

Kerasi