Encontré a mi padre biológico después de años de búsqueda y así reaccionó
Me enteré de que mi padre no era mi padre en plena adolescencia. El señor que creí mi padre y mi madre se iban a divorciar, y en un arrebato de sinceridad desmedida teñida de frustración y rencor, mi madre me confesó que no tenía que cumplir con las visitas de “ese hombre que no era ni mi padre”. Fue duro, durísimo, porque sentí que mi vida se basaba en una mentira. Me sentí perdido, sin raíces, no sé. Era un crío con las hormonas revolucionadas y fui incapaz de procesar aquella información de un minuto al otro.
Me fui de casa. Lo intenté con mis tíos, pero no me querían allí y pronto me hicieron sentir una carga. Mis abuelos maternos eran mayores, pero parecían ser los únicos dispuestos a recogerme y me marché a vivir con ellos. Ellos sabían la verdad; sin embargo, no se consideraban las personas adecuadas para compartirla. Se amparaban en que debía ser la responsable de compartir esa parte de mi pasado que mantenía vacía.
Demasiadas dudas
El tiempo pasaba y nadie me decía nada, mientras tanto, echaba de menos al padre que resultó no serlo y aumentaba mi curiosidad por encontrar y conocer al que sí lo era. Quise investigar por mi cuenta, sin éxito. Saqué mis propias conclusiones, aunque nadie me las confirmaba: supuse que mi madre se había quedado embarazada en primero de bachillerato de algún compañero de clase; quizá el tipo la dejó tirada y ella decidió seguir adelante con el embarazo al contar con el apoyo de mis abuelos. No obstante, desconocía en qué momento de la historia entró el que me terminó criando como suyo. Muchas dudas, pocas respuestas.
Con todos esos interrogantes entré en la vida adulta. Me casé, me divorcié, tuve un hijo y me responsabilicé de él en solitario tras otro drama familiar que no viene al caso. Mi abuelo enfermó muchísimo y, antes de morir, me dijo que “mi padre era un cabrón” y que si, pese a ese dato, quería seguir sabiendo de él, buscara una caja marrón que la abuela conservaba en el altillo de uno de sus armarios. Enterramos a mi abuelo y me subí en una silla para dar con esa caja: había fotos, cartas, un diario. En resumen, datos. Con las pruebas en mi poder, encaré a mi madre y le exigí que me contara su versión de los hechos.
Una guerra de clases sociales
No os quiero aburrir con detalles, pero mis teorías no se alejaron demasiado de la realidad: un amor de instituto. Sin embargo, todo apuntaba a que mi padre biológico no se alejó “por voluntad propia”, sino por las presiones de su entorno. Una familia adinerada que no quería relacionar a su único hijo con una familia obrera. Sí, suena a guion de película mala de la televisión pública, pero eran otros tiempos y eso se miraba.
Lejos de sentirme dolido, consideré a mi padre biológico “una víctima” de su realidad. No me atreví a juzgarle, a pesar de ser yo el niño inocente que vivió sin su figura y engañado durante toda la infancia. De adulto a adulto, y con los datos en la mano, quise iniciar un acercamiento. Existía en mí el reparo acerca de los motivos le llevaron a conformarse una vez él tuviese la edad y la madurez suficiente como para recuperar a su hijo sin la interferencia de la influencia familiar, pero de igual modo… Lo localicé y me presenté frente a él.
La reacción
Casi le da un parraque. Y no de felicidad precisamente. Creí que él había vivido como yo todos estos años, con esa “espinita clavada” en el corazón y que ambos nos la sacaríamos con aquel fortuito encuentro. No podía estar más equivocado. Me pasé años obsesionado por una persona que se había olvidado de mí a la fuerza y que ningún interés mostró en sacarme del pozo de sus recuerdos.
Tomamos un café. Quise ponerle al día de mi vida, presentarme y contarle en quién me había convertido. Él solo me preguntaba por qué ahora y qué era lo que quería. Yo no buscaba nada más conocerle, aunque él se ofuscó en que buscaba dinero, propiedades y no sé qué. “Heredar”, decía.
Quise quedar más veces, pero él siempre tenía una excusa. Dejó de contestarme a los WhatsApps. Me bloqueó. A los meses, me enteré de que iba vendiéndole a todo el mundo que yo era un “puto interesado” que solo quería su dinero. No, señor, yo solo quería descubrir los motivos por los que un hombre no asume su responsabilidad como padre y me encontré con un “cabrón”, tal y como me había advertido mi abuelo.
El único consuelo que me queda es que con mi hijo he intentado ser el padre que yo nunca tuve.
Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.