Todavía recuerdo cuando era una niña y mi madre me leía esos cuentos que terminaban con “y fueron felices para siempre”. Cuando terminábamos de leer la historia, yo siempre repetía que quería ser como las protagonistas, a lo que mi madre respondía lo mismo: ya lo eres.

Al principio no lo comprendía ¿por qué si lo soy no visto lentejuelas todo el día, hablo con los animales, lo canto absolutamente todo y me ligo el “principaso” de turno? ¿Estaba mi madre loca? Respuesta única: no. Mi madre (como todas las madres) sabía algo en ese entonces que yo aprendería con el tiempo: soy la protagonista de una historia real. Bueno, quizá lo de los animales y las lentejuelas estaría bien, pero ya entendéis por donde voy.

En la más tierna infancia, encontramos los primeros referentes que nos acompañan por el resto de nuestra existencia y que, casi de forma inconsciente, acaban marcando parte de lo que somos y de lo que queremos ser. Por desgracia, todas hemos crecido con esas grandes historias donde la felicidad recae en lo material, lo imposible (casi mágico) y la salvación (no propia, obviamente). Pero un día te haces mayor y te das cuenta de que esas cosas maravillosas que tendrían que pasarte, no ocurren. Esperas impaciente a que todo sea música y amor a tu alrededor, pero abres los ojos y disciernes que el único sonido que se reproduce es el de los atascos de las ocho de la mañana y que el amor no se salva a base de besos mágicos. Cuando despiertas de ese sueño (como cuando éramos niñas), esas expectativas se rompen y se instaura un sentimiento de frustración con el que tenemos que lidiar.

Sin embargo amiga, hoy vengo a decirte que despertar de esa ensoñación es lo mejor que puede pasarte.

La felicidad no reside en la perfección milimétrica de los cuentos, sino en la variedad  y las vivencias que nos conducen a forjar las personas que somos. Las protagonistas reales de nuestra historia, que es nuestra vida, donde cantamos a medias, el príncipe te ayuda a salvarte sola (si es que necesitas ayuda) y el único animal que te entiende es tu perro.

Los cuentos no terminan en un “vivieron felices para siempre” porque la felicidad no es un sentimiento que se instaure en nosotras y ya nunca se vaya. Los cuentos reales no tienen princesas, tienen heroínas, y es por eso amiga , que hace mucho tiempo que eres la “prota” de uno: tu día a día. Y déjame decirte que lo mejor de los cuentos es compartirlos, por ello ¿por qué hablar de princesas o mujeres idealizadas cuando tú ya has vivido mil aventuras que poder contar antes de dormir? Se quién elige la historia, porque ya eres quien la está viviendo. Y ni Andersen fue capaz de escribir sobre algo tan mágico.

Rocío Torronteras (@rocio_tor16)