No recordaba lo mucho que me salva escribir hasta que la semana pasada algo me lo recordó.

¿Alguna vez os habéis dejado las llaves en casa? Bueno, esto va un poco de mis llaves en casa y yo en la calle. Problemas del primer mundo pensaréis, además, no vivo sola (viviendo sola el lío se encarece). Comparto piso con mi pareja y otro compañero, somos tres, pero ellos siempre llegan mucho más tarde que yo de trabajar.

Así que empecemos por el principio: llegué a casa a las seis pero mis compañeros no llegaron casi hasta las nueve de la noche, a todo esto, tengo una perrita de cinco meses que me esperaba ansiosa para pasearla. Rápidamente me dí cuenta de que no tenía las llaves en la mochila y pensé que quizá mi compañero llegaría ese día pronto (mi pareja llegaría mucho más tarde).

Me tranquilicé, entré a un supermercado y compré algo para merendar (vamos bien). Después decidí ir a una tienda de ropa del barrio, la típica que siempre te quedas mirando pero nunca entras, así que pensé que era buen momento (para que engañarnos, era buen momento para cualquier cosa). Me probé como ocho prendas y, o no me sentaban bien o me venían pequeñas, total que al salir del probador hice caso al cartel que decía: ‘’dejar las prendas en la caja’’.

Cuando el chico vió que dejaba todo lo que me había probado lo primero que se le ocurrió decirme fue que le dejara ver mi mochila. Lo que faltaba, pensé yo, intentando hacer tiempo y encima piensan que estoy robando. Le enseñé la mochila y me fui, obviamente con la intención de no volver.

Revisé mi teléfono al salir y mi compañero me había contestado ¡Bien! para decirme que aún tardaría una hora en llegar, que estaba visitando a un cliente. Total, que me acerqué a la puerta de casa y me acordé que tengo una hamburguesería justo al lado así que caí en la tentación: fingers de queso y una cerveza, restaurante casi vacío, a hacer bulto una horita. Estaba preocupada por mi perra la verdad, aunque sin más, la sacaría a pasear justo al entrar a casa, menudo día. Mientras saboreaba esa cerveza y comía mis fingers de queso de la forma más solitaria posible (¡comer sola en sitios públicos es algo que deberíamos hacer más a menudo!) pensé que tenía la libreta del trabajo en la mochila y qué mejor manera de pasar el rato que ponerme a escribir o dibujar cualquier cosa.

Pero ¿tenía boli?

Primero encontré uno rebuscando en lo profundo de la mochila, encontré de todo menos el boli, que apareció en el último momento sin tinta. Me dije que no podía ser y seguí buscando en ese profundo agujero de cosas olvidadas que es mi mochila hasta que…¡bingo! Apareció un boli que funcionaba. Le dí otro sorbo a la cerveza y empecé a escribir esta historia, cuando me di cuenta, mi compañero ya me estaba ‘’whatsappeando’’ para decirme que llegaba.

Y quizá otra persona se hubiera asqueado, hubiera buscado ayuda o se hubiera acoplado en alguna casa amiga. Pero a raíz de eso yo me dí cuenta de que mi salvavidas siempre iba a ser el mismo: un boli y algo dónde escribir. Así que, da igual si te dejas las llaves en casa, si el metro se detiene, si pillas un atasco enorme, si te hacen esperar en la consulta etc.

Siempre encontrarás ese elemento que te salvará de cualquier espera y que quizá te devolverá algo que creías olvidado.

MARÍA G.G