Uno de mis amigos se acogió a unos días de baja en la empresa por la muerte de un familiar, días que le pertenecían. Volvió al trabajo con aparente normalidad después, pero con un ambiente enrarecido: a sus jefes no les hizo gracia aquella baja y la tensión era casi palpable. Era una más de otras que ha tenido que solicitar en el año por enfermedad y recaídas, todo ello siempre dentro del ejercicio de sus derechos.

Puedo entender que a un empresario se le pongan las orejas tiesas si uno de sus trabajadores se pilla varias bajas en un año. Las cuentas le tienen que salir aunque luego se le ocurran premios y bonificaciones de todo tipo, más por marketing corporativista que otra cosa. Lo que no entiendo es que sus propios compañeros lo despellejen.

Hablando del episodio con mis amigas, una de ellas mostró más empatía con el empresario que con mi amigo:

Es normal que estén molestos y, si lo echan, pues es así y punto. Y, el que no quiera, que estudie oposiciones.

Cualquier directivo de una gran cadena de moda, que fabrica ropa en condiciones de trabajo pésimas en India o Bangladesh, se llevaría las manos a la cabeza con ese discurso. O lo celebraría, señal de que van ganando.

La pasividad

Detrás de su postura, había una justificación velada de su propia actitud: mi amiga ya acortó su baja maternal para reincorporarse antes al trabajo. Sus motivos tenía, pero, cuando comenzamos a hablar de derechos laborales y de conformismo, ella se sintió juzgada indirectamente.

Yo no sé que está peor en su manera de pensar: si creer que el empresario puede pasar por alto los derechos de sus trabajadores, o si creer que lo público es un maná al que todo el mundo puede ir para aprovecharse. No hay que ser Karl Marx para que te indigne un discurso como ese.

Ella se deshizo en matices, pero terminó dejando claros sus argumentos: que el mercado laboral está fatal, que hay que pasar muchas veces por el aro para estar bien, que todos callamos y que solo en lo público se respetan mínimamente las condiciones. En resumen: es lo que hay y punto.

Me causa un profundo desasosiego ver hasta dónde hemos llegado. Podría entender que prefieras acortar la baja maternal y no arriesgarte a que, de repente, la empresa decida que tu nuevo puesto está en la otra punta del país. O que evites cogerte una baja por un resfriado sabiendo que tus compañeros se van a comer el marrón de suplirte, aunque no sea tu culpa. De ahí al servilismo vergonzante e indigno que mostramos, en general, hay un trecho.

¿Qué será lo siguiente? Aventurando lo mejor y lo peor

Por aventurar, aventuro lo peor y lo mejor. Lo peor es vivir situaciones como la de estas mujeres (tengamos claro que cualquier derecho que cedamos nos afectará más a nosotras). Lo peor es creerse el discurso de que la gente no quiere trabajar basándonos solo en el alto desempleo y la cantidad de puestos de trabajo que hay por cubrir en la hostelería, la construcción o el transporte. Obviando, claro, jornadas ilegales de más de ocho horas, falta de contratos, días sin descansos y un largo etcétera. Como decía mi amiga: “Eso es lo que hay”.

A estas alturas, casi me esperaría ver a gente yendo a trabajar en condiciones inhumanas, dar las gracias por tener trabajo y, además, pagarles ellos a sus jefes en vez de al revés. ¿Exagerada? He leído comentarios diciendo que a las temporeras marroquíes de la fresa de Huelva se les brinda todo para su supervivencia mientras trabajan y, si no les gusta, podrían no venir y dejar el trabajo para la gente de aquí.

Se me han agotado las esperanzas en “millennials” y generaciones anteriores, así que, en escenarios más optimistas, veo a los más jóvenes como protagonistas. Han entendido que el mérito no garantiza bienestar, que amenazas globales como el cambio climático ponen en un brete su futuro y que pronto, con la irrupción de la IA, muchos de los trabajos a los que aspiran ya no existirán. Muchos perciben el sistema como demasiado agresivo y deciden no pelear contra él por priorizar su salud mental. Y no lo veo como rendición, sino como realismo y supervivencia.

De hecho, veo más útil este modo de resignación. Mi generación vive resignada, pero plegada al sistema porque “es lo que hay”. La generación que viene parece vivir resignada, pero en oposición al sistema. Sienten que no pueden ganar y que no tienen nada que perder, lo que los hace críticos y selectivos. Si la empresa no tiene valores que se alineen con sus principios, no trabajan. Punto. Quizás ya no veamos una oposición a los explotadores en forma de barracones cortando carreteras, pero sí que la nueva fuerza laboral pase de ellos y se tengan que poner las pilas si quieren atraer talento.

A. A.