En un arrebato de desesperación y frustración decidí instalarme Tinder, esa aplicación odiada y adorada a partes iguales. Spoiler: no salió bien.

Configuro mi perfil y me curro una biografía ingeniosa, o al menos eso creo yo. Empiezo a deslizar el dedito y a encontrarme a tíos de mi ciudad que tienen novia. La cosa empieza ya. ¿En qué momento se le ocurre a alguien con pareja poner todo su careto en una aplicación para ligar? Encima se creerán discretos los chavales.

Total, que entre capullos ennoviados, señores que son de Palencia pero tienen fotos haciendo surf y tíos que fueron África 15 días y tienen ochenta fotos con niños negros, apareció él, el único normal (o eso parecía). Se llamaba Miguel y parecía sencillo, que viendo los peces que hay en el mar es lo único que le pido yo a un tío. Él también me dio like así que empezamos a hablar.

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La conversación subió de tono rápidamente. Se notaba a la legua que los dos íbamos a lo que íbamos. No queríamos complicaciones ni nada serio, solamente echar un kiki. ¿A quién le hace daño un orgasmo? A nadie. Así que dimos rienda suelta a nuestra imaginación y guarreamos durante un buen rato.

Tras un par de semanas calentándonos decidimos quedar. No os aburriré, fue una cita normalita. Nos bebimos unas cuantas cervezas, hablamos de nuestros trabajos y acabamos en su piso.

En cuanto nos desnudamos y tras un buen rato de tocamientos varios, yo esperé que sacase un condón, más que nada porque yo los tenía guardados en el bolso y me lo había dejado en la entrada de su piso. Me daba un poco de pereza frenar e ir con el culo al aire hasta allí. Como veía que el muchacho no hacía amago de sacar nada de la mesilla de noche, decidí intervenir.

– Ahora vengo.

– ¿Dónde vas? ¿Estás bien? No me dejes con este calentón, tía.

– Jaja, voy a por condones al bolso.

– Déjalo, si no hace falta, yo no uso condones.

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Aquí mi cara era un poema. Me armé de valor y le pregunté que porqué, aunque en el fondo de mi corazón me imaginaba la respuesta.

– Pues porque pierdo sensibilidad. 

No era el primer tío que me soltaba ese comentario, pero tenía claro que sería el último. Con toda mi santa calma le dije que necesitaba ir al cuarto de baño, y al salir solté la bomba.

– Verás, mejor me voy a ir a mi casa. Igual tu pierdes sensibilidad con el condón, pero es que yo tengo una ETS bastante contagiosa y que no tiene tratamiento. No te dije nada para no asustarte. Por cierto, he hecho pis y como no encontraba el papel me he limpiado con tu toalla. Lo digo para que la laves bien, o igual mejor tirala porque como te digo la ETS es bastante chunga. Y nada, que no quiero molestarte más, me voy.

Tras soltar esta tremenda trola me piré de su casa. Sé que yo quedé como lo peor por inventarme una ETS, pero estoy segura de que el muchacho se rayó al haberme masturbado a tope y que lavó sus toallas a conciencia. A lo mejor la próxima vez se lo piensa bien dos veces antes de intentar hacerlo a pelo, que un embarazo indeseado tiene remedio, pero una ETS igual no.

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Redacción WLS