Siempre he pensado que mi novio y yo tenemos una relación sana y bonita por la complicidad, el inmenso cariño, respeto y la admiración mutua. Esto es irrelevante, pero sirve de pista: en nuestro entorno, se nos ve como referentes.
Ahora siento que una relación tan satisfactoria está manchada por algo que hice. Pese a que pedí perdón e hice propósito de enmienda, sigo cargando el lastre de la culpa por aquello.
No puse límites
Mi desliz fue, encima, con un buen amigo de los dos. A mí solo me hablaba de vez en cuando, para felicitarme el cumpleaños y preguntarme qué tal nos iba, porque vivimos en otra ciudad. Pero, en algún momento, aquellas conversaciones se volvieron muy frecuentes y abarcaron una amplia variedad de temas.
Mi novio estaba al tanto de esto y no le daba importancia, pero yo empecé a sospechar que sentía algo por nuestro amigo. Porque, además, él tiene una personalidad peculiar: resulta áspero y mordaz y, a veces, agradable y cariñoso. Soy consciente de que me mantuvo enganchada con una suerte de amor y atención intermitente.
Andábamos en conversaciones vía chat muy frecuentes, con tiras y aflojas continuos, cuando llegó la pandemia. Me terminó pesando mucho el cierre perimetral porque mi vida social se redujo a lo inexistente. Teletrabajo, así que los días en casa eran monótonos y lineales. No había diferencia entre las horas de trabajo y las de estudio, porque encima, por entonces, me embarqué en el ambicioso objetivo de hacer un máster.
Las conversaciones con él me proporcionaban entretenimiento. No me estoy justificando en absoluto, solo doy contexto. El caso es que, en busca de divertimento y algo de acción, le hablaba con frecuencia y le respondía con suma rapidez cuando me hablaba él a mí. Era un contacto remoto, pero que se hizo extensivo a lo físico: también quería forzar quedadas con él, escudada en la excusa de que es un amigo de los dos.
Quizás la monotonía y el contacto continuo me llevaron a montarme mis propias fantasías, así que cada vez me costaba más poner límites. La frecuencia de las charlas dio paso a la confianza y, en algún momento, las conversaciones comenzaron a subir de tono. Llegó a decirme cosas del estilo: “Este fin de semana te voy a follar”, o “Has sido propuesta para trío con X”, o “Yo te puedo dar por detrás si a tu novio le da palo”. Todo, claro, «en plan coña». Propicié aquellas declaraciones, claro, y no le paré los pies. Es más, me excitaban.
Ya con perspectiva, me resulta hasta ridículo que me pusieran cachonda esas conversaciones tan irrespetuosas y soeces. Pero sí, pasó. Incluso creí que estaba enamorada de él, o de la idea prohibida de los dos juntos. Ni que decir tiene que él era ajeno a todas estas comidas de olla o a que yo sintiera algo. Ni yo ni mi novio (que repito que era amigo suyo) le importábamos una mierda.
¿Y ahora?
Consumida por la culpa, en una tarde de catarsis decidí contárselo todo a mi chico, que no formó un pifostio ni mínimamente a la altura de mi comportamiento lamentable. Lo decepcioné y lo entristecí, pero él decidió no machacarme. Le dije que estaba claro que yo no estaba emocionalmente bien y era el momento de buscar ayuda, así que, a las pocas semanas, comencé a ir a terapia.
Meses después, me encontraba mucho mejor. Aquellas conversaciones dejaron de producirse. Lo que sea que sintiera cuando lo veía en persona, se me pasó también. Ya solo nos queda una relación colateral muy lejana. Implementé algunos cambios en mi vida para eliminar el malestar y la angustia que estaba experimentando y, a día de hoy, me siento muy bien.
Mi novio y yo seguimos juntos, superamos la crisis y volvimos a la calma previa al episodio. Pese a ello, de cuando en cuando, me atormenta el pensamiento de que fui capaz de traicionar a una de las personas que más quiero y que menos lo merece. Fui infiel. ¿Fui infiel? A veces, me quiero convencer de que no, pero es solo por lo mucho que me cuesta perdonarme.
Anónimo