Parece increíble que a día de hoy sigan pasando estas cosas, pero esto que os voy a contar pasó así, tal cual.
El caso es que yo estuve trabajando durante más de un año en una tienda de cosmética natural francesa (prefiero no decir el nombre, aunque con esos datos no es muy difícil de adivinar en cual). Ahí realizaba tareas tanto de dependienta, como de esteticista.
Pues me fui a disfrutar de mi periodo de vacaciones y en ese momento me enteré de que estaba embarazada, de nada más y nada menos que de 8 semanas. No me había hecho test antes porque, a pesar de mi ausencia de regla, soy muy irregular, así que no le había dado importancia. Pero me hice la prueba porque ya empezaba a asomar la barriga y mis pantalones normales ya me hacían daño, así que, una vez confirmado el positivo, me fui directa a por pantalones premamá.
A mi vuelta de vacaciones, avisé de la noticia de mi nuevo estado y, todo esto, coincidió con el cambio de temporada de uniformes. En ese momento, vaticiné que eso supondría un problema y así fue.
Los pantalones que la empresa tenía para el uniforme eran enanos no, lo siguiente. Su talla más grande era una 46 que de 46 tenía solo el número. A ninguna de mis dos compañeras le valía y eso que llevaban la talla 44, pero se lo ponían como podían. Pero para mí era completamente incómodo y molesto.
Se lo dije a mi encargada, que pidiera para mí un pantalón de premamá a central y me dijo que ok, que sin problema.
La sorpresa vino al día siguiente cuando entré a trabajar. Me llama mi encargada a parte para decirme que en central le han comunicado que no tenían pantalones de premamá. Ojo, en una marca en la que presumen de que su plantilla está formada en más de un 85% por mujeres. Raro, raro…
Y yo le pregunté que entonces qué hacía, que ese pantalón no me lo podía poner. A lo que me suelta que yo, con mi propio dinero, tendría que ir a comprar camiseta y pantalón negros. A todo esto, mis compis iban de blanco, beige y verde, por lo que yo me iba a convertir en la oveja negra, literal, por el simple hecho de estar embarazada.
En ese momento, como era joven, ingenua y un poco pava, para que negarlo, me callé, me compré la ropa con mi dinero y estuve yendo de riguroso negro a trabajar.
Hasta que un día, me paré en medio de la tienda a observar a mis compañeras con sus nuevos uniformes y me miré a mí misma y me sentí tan ridícula que decidí que aquella situación no podía seguir así.
En cuanto llegué a casa, busqué por internet el sindicato de esa marca y les mandé un correo con todo lo que estaba pasando. Ese email lo mandé sobre las 22:00 horas, pues a la mañana siguiente, sobre las once, ya me estaba llamando mi encargada para preguntarme, y no de buenas maneras precisamente, el por qué había mandado ese correo. Le dije si mi situación discriminatoria por el simple hecho de estar embarazada no le parecía suficiente motivo. No supo qué contestarme.
Esa misma tarde, cuando entré a trabajar, me encontré en la puerta al jefe de zona y ¿os podéis imaginar qué llevaba en las manos? Efectivamente, un uniforme de premamá para mí. Y, por supuesto, una disculpa, que acepté y agradecí.
Dos meses después, terminó mi contrato y no me lo renovaron, pero el tiempo que estuve, pude trabajar cómoda y sin sentirme discriminada.