Son muchas las señales que te alertan de que te estás haciendo mayor, pero nada que me apetezca menos que hacer una enumeración de achaques inminentes y arrugas cada vez más profundas. Aun así, hay una de esas señales que, aunque me hable de momentos irrecuperables, siempre me saca una sonrisa (y me proporciona algún que otro sueño húmedo).

Se trata de mi tendencia, cada vez más habitual, a recordar mis experiencias sexuales. Últimamente, casi como si estuviera viendo una peli porno, cierro los ojos y, Satisfier mediante, reproduzco esas experiencias en mi cabeza.

Una de las más locas fue cuando follé al amanecer en un descampado con el que luego sería mi novio (Al menos, aquello desembocó en amor). Nos habíamos conocido un año antes, porque él era de los mejores amigos de mi ex. En aquel primer encuentro nos habíamos caído bien, sin más, aunque a mí siempre me había dado morbo.

Meses después de dejarlo con mi ex, me encontré con él en un bar de Madrid, y surgió la chispa. A los siete días nos estábamos yendo a la playa con algunos amigos y fue allí, en una discoteca de costa con palmeras, camas blancas y muchos mojitos de por medio, donde nos liamos como si lo fueran a prohibir.

beso

Una de las cosas malas de la madurez es que liarse así, metiéndose mano descaradamente, tocando paquete, mordiendo, chupando oreja, en cualquier esquina de cualquier local, es cada vez más difícil. Y, si lo consigues, los envidiosos que asisten al espectáculo corren a ponerte la etiqueta de guarra o derivados.

Fue así como nos liamos aquella noche y, cuando ya salía el sol y a los zombies nos echaban de la discoteca, la revolución hormonal de los 19 años tomó la decisión por nosotros: ese calentón iba a acabar como tenía que acabar. Pero por alguna extraña razón, en lugar de irnos al apartamento a follar en una cama como está mandao, corrimos hacia un descampado cercano y, mientras el sol de agosto asomaba por el horizonte y las vecinas de las casas colindantes asomaban por sus balcones, yo disfrutaba de loS orgasmoS más intensos que he tenido nunca.

Las piedras se me clavaban en la piel, pero yo solo notaba cómo se me clavaba otra cosa. Gemía más alto que los gallos de los corrales de alrededor y también blasfemaba.

Mientras llegaba al cielo del placer, las vecinas nos gritaban de todo. “Marranos”, “sinvergüenzas”, puede que también algún “puta”. Si hubiera existido TikTok, tendría que haber huido de España.

sexo

Entonces, cuando ya habíamos terminado y nos sacudíamos el polvo de partes recónditas de nuestros cuerpos, un coche de la Guardia Civil se paró a nuestro lado mientras me subía las bragas. Al parecer, una de las vecinas había cumplido su amenaza de llamar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

— Buenos días, ¿todo bien? —nos preguntó el agente que conducía tras bajar la ventanilla.

— Todo estupendamente, agente — contesté con una sonrisa exultante en la cara. — Ya nos íbamos, que se nos he hecho un poco tarde.

— Estupendo, eso es lo que tenéis que hacer —respondió el agente, guiñándonos un ojo. — Que luego uno se hace viejo y ni descampado, ni polvo, ni nada.

El agente se fue, nosotros también, y las señoras se quedaron gritando. Ay, ¡quién pudiera volver a tener el pelo lleno de guijarros!