¡Hola wonder women! Aquí os traigo mi historia para que os deleitéis con mi follodrama. Sentaos, apretaos el cinturón, que vamos a despegar.

Hace aproximadamente un año conocí a un chico de Tinder que parecía mono, era como yo, entrado en carnes, poco vacío como diría una buena amiga. Eso sí, tenía unos ojos azules y una cara preciosa, su barbita y su ropa estilo hipster.

Intercambiamos nuestros números de teléfono y comenzamos a subir los termómetros en pleno noviembre.

Tenía que poner solución al asunto, estaba la “Petra” dando palmas y yo necesitaba una buena dosis de “bilirrubina”, así que concretamos una cita en un bar cerca de su casa.

Comienza mi ritual de belleza: que si me acicalo, que si me depilo como un plátano… (bendita herencia me dejó mi Santa madre, al más puro estilo Chewaka) y ya que iba a jugar él con la espada láser, allanarle el camino a la nave.

En fin, llega el momento, nervios, ilusión y… ¡Pum! ahí estaba él, un «maicromachin» en estado puro. Nunca soy de preguntar la estatura, pero doy por hecho que con mi 1,53 de altura cualquiera puede ser más alto que yo. Total, que ahí estamos él y yo, sentados como dos Pin y Pon recién salidos de la caja para ver si jugábamos al Teto.

Empezamos a besarnos por la calle hasta llegar a su coche y me propone ir al asiento de atrás, pero una, que tiene un poco de glamour, le dice que necesita un poquito de discreción si quiere que le limpie la espada láser.

¡Ay amigas, aquí ya se empieza a poner interesante la historia! Él muy tímidamente me comenta que vive con su hermana y su sobrino, pero ya estaban dormidos. Y claro, yo, que ya estaba con todo el calentón, me daba igual que estuviera la tribu de los Brady metidos en casa, así que acepté el plan.

Llegamos al portal y veo que no hay ascensor (vivía en un 5º) …se me hizo el camino tannnnn largoooo, peor que cuando Frodo Bolsón va a tirar el anillo único.

Abre la puerta de su casa, ya sin aliento, y me viene un pestuzo que echaba pa’tras y yo, que soy como un libro abierto:

– ¿Que olor más raro, no?

– Sí, es que mi hermana ha hecho pollo en especias y no sé qué más.

– Como sepa igual que huele…

– ¿Perdón?

– Nada, nada.

Os prometo que no os puedo describir el olor, sólo que era desagradable y se te quedaba metido en la nariz.

En fin, que empieza a besarme y a recordarme a lo que veníamos porque después del camino a Lourdes y el hedor, estaba semiinconsciente.

Comienza a tocarme, vamos a su habitación y ¡tachán!… ¡su cama era de 90! Yo le miraba, él me miraba a mí, volvía a mirarle y no hacía más que pensar cómo dos entrados en carnes se iban a apañar en aquella camita de 90, desde luego no íbamos a hacer la estrellita de mar.

Se desnuda y ahí veo sus dos perlas preciosas, perdón, quise decir sus dos pasas arrugás’ arrugás’ que parecían las yemas de los dedos como cuando sales de un largo baño.

Menos mal que supo manejar el asunto y pude disfrutar tras la adversidad, pero como casi todos los tíos, que cuando vacían la cisterna les entran el sopor. Ahí estaba yo…haciendo la cucharita, en el borde del abismo de su cama, agarrándole cual Koala agarra a su eucalipto para no caerme.

No sólo me encontraba sufriendo por mi integridad física, sino que comienza a torturarme los oídos que ni la Filarmónica de Londres, menudo concierto de ronquidos…con sus agudos, sus graves sostenidos, un show de noche en Dolby Surround.

A la mañana siguiente, bien tempranito, salí despavorida de su habitación para irme y allí permanecía el olor…ese perfume oriental que tuve metido en la nariz medio camino a casa (¡qué puñetas echó esa mujer al pollo!, ¡necesitabas una máscara como la de Walter White utilizaba en Breaking Bad mientras fabricaba la meta!)

Después el chaval me escribió para decirme que le encantó la noche que pasamos, yo no pude decir lo mismo, así que con sutileza le dije que íbamos muy deprisa y ya no insistió más, vamos que el chico supo entender mi indirecta.

Y colorín colorado, este follodrama Tinderiano ha acabado.

Pepita Grilla.