Empecemos diciendo que soy de pueblo. Y cuando digo de pueblo quiero decir de la Castilla profunda y castiza. El dato es importante y más adelante descubriréis por qué.  Yo, afortunadamente, había abandonado el hogar familiar para irme a estudiar a una ciudad y volvía en fiestas y fines de semana. Y en una de esas ocasiones sobrevino el follodrama que he venido a contar. 

No recuerdo si era Carnaval, el puente de la Constitución o Semana Santa, el caso es que recuerdo salir a tope de power arreglada con un vestido negro y tacones de infarto. Mis amigas y yo empezamos por las cañas, luego llegó la hora del café y cuando nos dimos cuenta era de noche. Fueron haciendo bomba de humo hasta que quedamos una de ellas y yo. 

Ya a punto de iniciar la retirada a casa por aburrimiento nos topamos con mi primo y su grupo de amigos. Amigos a los que yo jamás miraría en estado sobrio. No me pondré a hacer cálculos, pero a ciencia cierta que mínimo un par de años les sacaba y a mí nunca me han gustado los chicos menores que yo. Pero claro a esas alturas yo no sabía ya si era de noche, de día, mi cumpleaños o Nochevieja. Es más, estaba pasando por una grave sequía sexual tras haber estado cuatro años con el mismo tío. 

Total, que me vine arriba y les invité a todos a chupitos. No sé cómo pero mi primo desapareció y nos quedamos mi amiga y yo con un par de sus amigos. Uno era bastante mono, rubito y de ojos claros. En la discoteca empezó el restregar cebolleta disimuladamente y después sin ningún miramiento. Yo ya estaba cachonda perdida para qué nos vamos a engañar y el chaval (al cual me pasé toda la noche llamándole por el nombre de su amigo porque mis neuronas solo daban para respirar y mantenerme en pie) me propuso irnos de allí. 

Yo acepté y nos fuimos. Llegamos a mi coche y en mi condición bastante lamentable me dijo que si podía conducir él. Yo nunca dejo mi coche a nadie, y cuando digo a nadie quiero decir a NADIE, porque si algo le pasa al coche y no he sido yo seguramente mis padres me matarían. Que si soy yo también me matan, pero con rapidez y sin ensañamiento. 

Nos montamos en el coche y él (menos mal que conducía bien) puso rumbo a uno de los caminos que hay en las afueras del pueblo. Paró el coche en mitad porque total a esas horas no creímos que nadie fuese a cruzar y nos pusimos al lío. 

Nos fuimos a la parte de atrás y debo reconocer que el chico sabía lo que se hacía. Me subí encima de él y estábamos pegándonos el filete cuando sobrevino la desgracia. Aún sigo dando gracias a todos los dioses que existan por haber seguido medio vestida (con el vestido bastante descolocado pero con las zonas claves cubiertas) porque él ya estaba sin pantalones. Fue más rápido para quitarse todo que Clint Eastwood desenfundando. 

De repente alguien golpeó la ventanilla. El susto que nos llevamos fue de infarto. El cristal se había empañado y no se veía nada. Y no se nos ocurrió otra cosa que bajarla para ver qué ocurría y tuve que parpadear varias veces cuando vi a una señora mayor que miraba al chico y le dijo: 

  • Pero Julián que te llevo llamando ya más de una hora. ¿Dónde tienes el móvil hijo?

Yo no sabía que hacer. Me coloqué el vestido como pude, pero claro si me movía a “Julián” se le quedaría todo al aire así que en esa posición me quedé, más tiesa que una vela y a punto de morir de la vergüenza. Se me fue la borrachera en un segundo. 

  • Abuela me habré quedado sin batería – respondió él, más colorado que una lombarda.
  • Bueno ya sé por qué no llegabas a casa… – (¡y me miró!)-. Anda a ver si podéis apartar el coche que el abuelo tiene que pasar con el tractor. 

Resulta que mi querido Julián me había llevado a ese camino porque lo conocía muy bien ya que daba acceso a la huerta de sus abuelos. La buena señora iba en el tractor con su marido porque estaba ya amaneciendo (que nosotros ni cuenta nos habíamos dado) y se bajó para decirle a los del coche (nosotros) que se apartasen del camino para poder pasar.

Una vez subida la ventanilla, bajé para subirme al asiento del conductor. Los zapatos se me embarraron mientras yo intentaba no caerme y estirarme el vestido para mantener la poca dignidad que aún poseía. El abuelo miraba desde el tractor y lo vi cuchicheando con la abuela. Seguramente dirían algo tipo “¿esa no es la hija/nieta de….?”. Aparté el coche, Julián subió y le llevé a su casa. Ninguno de los dos dijo nada. Se bajó y yo me marché.

Tras dormir dos horas llamé a una amiga para contarle la historia y la muy cabrona se descojonaba sin parar de decir “¿Julián? ¿Julián el que jugaba a la pelota en la calle cuando nosotras volvíamos del instituto? “. 

Pocas veces me he cruzado con él y si hemos coincidido nos hemos ignorado mutuamente. Y es algo que le agradezco sinceramente. 

 

Firmado: Satine1991

 

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