Esta historia surgió en el hogar del postureo, donde la gente va a presumir de vida… Instagram. Estaba tan tranquila de la vida con mi perfil de 200 seguidores, entre ellos mi tía la del pueblo, cuando de repente una cuenta que no conocía me dio like en 10 fotos seguidas y me dio follow. La curiosidad mato al gato así que me puse a cotillear el perfil en cuestión, que resultó ser de un tío que estaba buenísimo. Ojos azules, un cuerpazo para flipar y ninguna foto con novia. ¿Qué hice yo? Pues empezar a seguirle.

¿Os acordáis cuando ligábamos enviándonos notitas en el cole o acercándonos a hablar con las personas? Los tiempos cambian, así que ahora para ligar hay que dar me gusta a ocho mil fotos antiguas para que la persona en cuestión sepa que te has tomado la molestia de cotillear a fondo su perfil, como si fueses el CSI en busca de un criminal.

Cuando cuento esta historia, parece que yo soy una chavala de quince años y él más de lo mismo, pero el maromo en cuestión tenía 35 tacos. Aun así, nos adaptamos a las nuevas tecnologías y tras el intercambio de likes, llegaron los mensajes privados. Poco a poco empezamos a tontear muy a saco hasta el punto de darnos el número de teléfono y guarrear a tope vía WhatsApp.

Cabe añadir que no sólo guarreábamos, sino que también hablábamos de la vida, del trabajo y del amor. Yo flipaba en colores por haber conocido a un tío guapo, divertido, con trabajo y soltero, así que estaba en una nube de purpurina.

Él era de Murcia y yo de Valencia, es decir, al ladito. Por eso, cuando me propuso vernos en su cumpleaños yo acepté a la velocidad de la luz. Compré unos billetes de bus y me planté en Murcia con todo el caloret sureño, pero con unas ganas de echar un polvo tremebundas.

Él no podía irme a recoger a la estación porque estaba trabajando, así que me dio la dirección de su casa y yo me fui a un bar cercano a hacer tiempo y a adelantar un poco de curro. Hasta aquí, todo perfecto.

Tras una horita esperando, al fin llegó, pero cuando entró en el bar le noté súper frío y distante. Me dio dos besos y mantuvo las distancias a tope. Teniendo en cuenta que el día anterior me había dicho vía Whatsapp que me quería arrancar las bragas, me pareció un poco rarito. De todos modos no lo tuve en cuenta porque enseguida me propuso ir a su casa.

 

En cuanto entramos a su portal y nos metimos en el ascensor, se lanzó y me empezó a comer los morros como si no hubiera un mañana.

El problema es que cuando abrió la puerta de su piso, había alguien más dentro: SU MUJER. Y no, esto no es una historia de cuernos en la que yo era la amante destroza-hogares… Era la historia de una mujer que quería darle a su marido un regalito cumpleañero: un trío. Me explicaron que cuando hacíamos sexting, a veces hablaba con ella y a veces con él, pero que no me quisieron decir nada porque les daba miedo que lo rechazase. Por eso esperaron a decírmelo en persona. Imaginaos mi cara… Estaba blanca como un folio.

Yo no sé si fue el cachondismo del ascensor, que él estaba muy bueno o que toda esta sorpresa me había pillado de sopetón, pero acepté. Sí señoras, me hice un trío con un matrimonio que me había engañado como una pánfila.

Debo decir que el sexo fue brutal, pero la mañana siguiente fue bochornosa. Quizá lo cuente en otro post.

Anónima.