Follodrama: El chico al que le ponía oler mis pedos. Aquí mi historia.

 

El chico perfecto no existe.

Ni la chica, claro está.

Eso es algo que debemos aprender cuanto antes, nos ahorraremos todos muchos sufrimientos.

Hay peña maja, cabrona, educada, gilipollas, amable, borde, cariñosa…

Como decía mi abuela, hay de todo en la viña del señor.

A lo largo de nuestras vidas nos iremos encontrando con gente de todo tipo. Pero no a todo el mundo se le ve venir, así que nos toca ir aprendiendo a leer entre líneas y a descubrir la cara B de las personas.

Con los chicos, esto de la cara B es una cuestión bastante importante, pues a veces ocultan movidas que conviene conocer cuanto antes.

Antes de que te pilles, de que te hagas ilusiones, etc.

Cuando conocí a Manu yo ya tenía el culo pelado en estas lides y mucha experiencia con los chicos. Nunca me había enamorado de verdad, yo era más de picar aquí y allá y, sobre todo, de pasarlo bien y darme muchos gustitos.

En cambio, con Manu, no sé, sentí que era un tío especial. Lo mismo me duraba y todo.

Quedamos un montón de veces y tuvimos citas en las que íbamos al cine, a cenar, a dar un paseo… Y, aunque nos dábamos nuestros besitos y achuchones de portal, no terminábamos de ir más allá.

Yo me iba a casa perraca perdida y pensando que el chaval era de los que les gusta ir despacio.

Pero lo más raro era que después de cada encuentro, nos marcábamos unas sesiones de sexting flipantes.

No entendía por qué en persona no hacíamos avances si luego el nivel de guarrerío virtual se nos iba de las manos, pero a base de bien.

Total, que al fin llega el día y me dice que si quiero subir a su piso.

Nos ponemos a ello nada más entrar, me va guiando hacia el dormitorio y me tira en la cama mientras me va quitando ropa y hace lo propio con la suya. Yo me dejo hacer, cachonda a más no poder e imaginando que este chico va a ser un inolvidable dios del sexo.

Y entonces va él, saca la cabeza de entre mis muslos y se me queda mirando con cara de perrito abandonado.

—¿Qué pasa? —Por dios, que no me salga con que mi coño le sabe a coño o algo así porque le incendio el colchón.

—Eeeeh…

—¿Qué?

—Mira, es que llevo todo este tiempo conteniéndome contigo y dándonos cancha para conocernos y eso porque quiero pedirte algo. Algo para lo que es fundamental tener una mínima confianza…

 

‘Mierda, me va a venir con lo de que los condones le aprietan’, pensé. Y ni con confianza ni sin ella, por ahí no iba a pasar.

—Verás, me gustas muchísimo y me muero de ganas de hacerlo contigo, pero no voy a ser capaz de cumplir como te mereces si no accedes. —me quedo callada, intentando recordar dónde está la salida—.

—Suéltalo. —Manu duda, se sienta, me mira y por fin se decide.

Quiero… necesito que te eches un pedo en mi cara.

Y, bueno, lo primero que hice en su cara, fue descojonarme.

Porque a mí aquello me sonó a broma. ¿No? Un chiste escatológico que no venía nada a cuento en aquel instante, pero bueno. Podía ser.

Se me ahogó la risa floja al ver que él no solo no se reía, sino que estaba más serio todavía que antes de soltarme su delicada petición.

En fin, no iba yo desencaminada, el chaval especial sí que era.

Y me dio penica. Me sentí mal porque, joder, el tío me había dicho algo que era obvio (y comprensible) que le costaba admitir. No se merecía mis risas.

Me serené, le pedí disculpas y le dije que tenía que ir un momento al baño.

Madre del amor hermoso. Ya me había encontrado con otras rarezas sexuales antes, pero… Hay fetiches muy jodidos, eh.

Me senté en el wc a pensar qué mierda hacía yo ahora con eso. Y me dio la risa pensando si la filia del chaval tenía un nombre, porque estaba claro que cuando se lo pusieron el más evidente ya estaba pillado.

La cuestión era que, al contrario de la asquerosa e imperdonable filia que le había robado el nombre a la suya, lo que fuese que le iba al chaval era de lo más inofensivo.

Veréis, tras meditarlo unos minutos, me di cuenta de que yo seguía cachonda. Muy cachonda.

Y él era tan majete… además, seamos francos, una se echa pedos todos los días.

Venga, no doy más rodeos: volví a la habitación más que dispuesta a peerme en su cara o donde me lo pidiera.

A él le ponía oler mis pedos, yo tiendo poniendo a la ropa pinzas del mismo color que la prenda… ¡Cada uno con sus cadaunadas!

Hasta aquí los detalles, que ya bastante os he contado y quiero dejar a vuestra imaginación si fue silencioso o no, o si le miré a la cara cuando lo hice o no.

No, no. Mejor dejémoslo así.

Os diré que me demoré un poco porque eso de liberar flatulencias a voluntad era algo que no practicaba desde el último campamento de las girl scouts. Pero la que tuvo, retuvo.

¿Fue raro de cojones? Lo fue.

¿Me dio un ataque de risa nerviosa, otra vez? También.

¿Salí airosa, finalmente? Nunca mejor dicho.

Y sí, una vez le dabas gas —perdonadme el chiste— el chico era una verdadera máquina de placer, dadivoso y nada remilgado.

Salí con Manu unos meses más y junto a él aprendí mucho de la eproctofilia, de legumbres, de mí misma y de no juzgar a los demás por sus gustos sexuales.

Por lo que, aunque lo nuestro no pudo ser, y yo no volví a peerme durante el sexo con nadie más, me quedo con el aprendizaje y los buenos ratos.

 

Anónimo

 

Envíanos tus follodramas a [email protected]

 

Imagen destacada de ivan en Pexels