Follodrama: el chico que se vino arriba con la papiroflexia

Juventud, divino tesoro. Siendo yo muy jovencita salí con un chico al que le apasionaba la papiroflexia. Sí, ya sé que suena raro que un chaval a finales de los 2000 tuviera esa afición, pero también hacía cosas normales de su edad como jugar a videojuegos. La cosa es que se le daba muy bien y estaba orgulloso de ello, hasta el punto de que el día que lo conocí hizo, junto con un amigo, una figura de origami gigante y la pintaron con espray para hacerla aún más realista.

Fijaos si se lo tomaba en serio, que en nuestra primera cita me hizo una grulla con el papel de la servilleta del bar. La verdad es que me pareció un gesto tierno y ya se nos quedó la costumbre: cuando salíamos a comer usaba mi servilleta para hacer alguna figurita y me la regalaba. Supongo que el chico dio por hecho que su habilidad con el origami me parecía el sumun del arte, porque cuando llegó nuestro aniversario me sorprendió con un regalo muy particular. 

Antes de explayarme con su regalo os contaré cuál fue el mío. Como éramos unos críos y no teníamos más que el dinero de nuestras pagas, acordamos no gastarnos mucho, lo justo para comprar materiales y hacer algo nosotros mismos. Yo revelé una foto nuestra, compré un marco y lo customicé. También le hice una tarjeta y le compré chuches. Igual suena ñoño, pero claro, era una adolescente y fue lo que se me ocurrió.

Quedamos en su casa para intercambiar los regalos porque justo esa tarde estaría solo. Yo llegué con mi paquete bien envuelto, la tarjetita y la bolsa de chuches. El chico por poco no me hace la ola. Aunque fuera un detalle modesto se notaba que le había encantado. Entonces me dijo: “Tengo una sorpresa para ti, ¿puedes ir mientras a la cocina? Hay una cosa en la encimera que quiero que traigas.” Me sorprendió tanto misterio, pero me fui ilusionada a la cocina deseosa de averiguar qué me tenía preparado.

En la encimera había una cajita de bombones (estándar, pero cuqui). Me fui al dormitorio más feliz que una perdiz y cuando llegué me encontré con la puerta cerrada. Al otro lado de esa puerta estaba el chico totalmente desnudo con el pene erecto (esto me parece un detalle importante) y en la punta se había encasquetado una figura de papiroflexia. ¿Queréis saber lo mejor? No era una figura de algo relacionado con el sexo o nuestra vida sexual ―que como estaréis deduciendo en estos instantes era bastante deficiente― se había encasquetado en la punta del nabo un YODA DE PAPEL. Literal que tenía ahí a baby Yoda, porque claro, de ese tamaño, tenía que ser baby. ¿Alguien me explica qué grado de erotismo tenía eso? 

Mi cara debió de ser un cuadro, casi se me cae la caja de bombones de la impresión. El chico tardó unos segundos en darse cuenta de que, por alguna razón, aquello no me resultaba sexy, se quitó la figurita del pene y se tapó porque se le había bajado la erección y supongo que sentía vergüenza. Tengo que decir que ya se le estaba bajando cuando aún tenía el bicho puesto y quedaba gracioso ahí colgando, parecía que estuviera haciendo puénting. 

Admito que mi yo de entonces se mosqueó bastante. No solo por el antierotismo de la situación, que la verdad, me cortó el rollo, sino porque yo me lo había currado y tenía la sensación de que él había improvisado, que en realidad no tenía ni idea de qué regalarme o, peor aún, no le daba la misma importancia que yo. Y sí, sé que no dejan de ser frivolidades porque una pareja no se mide por los regalos que se hacen, pero éramos muy jóvenes y todo lo vivía con mucha intensidad. 

Al final, él mismo me reconoció que había sido una cagada por su parte y, como podréis imaginar, esa relación no llegó muy lejos. 

El baby Yoda de papel me lo quedé.

Ele Mandarina