Follodrama: el corsé asesino

Una conocida que tenía un poco de complejo de niña de Élite decidió celebrar su cumpleaños por todo lo alto con una fiesta temática. La temática en cuestión no estaba muy definida, más bien era vestirse de época, pero con lo que tuvieras a mano y un poco putón, o sea, la versión sexy de ama de llaves y movidas así. Total, que yo cogí un corsé de lencería que me había regalado un exnovio años atrás (y que no llegué a estrenar) y me dediqué a customizarlo con una blusa antigua de mi madre y una falda que pillé para darle cierto realismo a la cosa. Vamos, que yo iba rollo Lo que el viento se llevó, pero con filtro de Bad Gyal.

La fiesta era en un local que había reservado la cumpleañera que era una compañera de trabajo del chico con el que estaba saliendo, una chica con mucha pasta al parecer. La fiesta estuvo genial salvo por un detalle: el local tenía una ventilación pésima y con tanta gente allí metida bailando y sudando… uf, aquello era un hervidero. En sentido literal y figurado, porque además de ser mi primera rave celebrada en el núcleo terrestre, estábamos todos con una cachondez tremenda encima, que parecía que nos hubieran echado afrodisíacos en las copas. 

En ese plan estábamos cuando la fiesta empezó a decaer. No hizo falta que sonara Paquito el chocolatero para saber que aquello estaba chapando y que era hora de coger un taxi y pa casita. En esas estábamos cuando el chico me dijo que me fuera con él para su casa, que me deseaba muchísimo, que le ponía mucho mi outfit de doncella sexy de época indefinida y que me fuera con él. Yo le dije que sí porque además de estar también en el mismo plan, me daba bastante morbo hacerlo con aquella ropa, lo admito. 

Cuando llegamos a su casa nos pusimos como en las películas estas en las que entran por la puerta comiéndose los morros y desnudándose. O eso intentamos. La idea era dejarnos algo de la ropa puesta para darle vidilla al asunto, o al menos, esa era mi intención. El chico, ya en el dormitorio, se lo quitó todo porque decía que tenía demasiado calor. Y sí, lo cierto es que tuve que darle la razón porque el verano había decidido adelantarse un mes por lo menos y estaba siendo una noche especialmente calurosa, de estas de bochorno. Total, que empiezo a quitarme capas de ropa y cuando le digo que no puedo sola con el corsé intenta desabrochármelo sin éxito. Como tampoco quería que se nos fuera el calentón, nos pusimos al lío pasándole el marrón a mi yo del futuro. 

Tenía un calor del copón, pero lo vi un mal menor y me mentalicé de que al menos se me tenía que ver muy sexy así vestida. A medio polvo me empecé a encontrar mal, ya no era solo el calor sofocante, sino que me sentía un poco asfixiada, incluso, mareada, así que le dije al chico de parar. 

Me trajo un vaso de agua y se puso a quitarme el corsé, pero nada, que había una parte que estaba atascada, justo a la altura de las tetas, y ni para arriba ni para abajo. Vamos que eso iba con unos brochecitos de clic y, a modo de adorno, el típico lazo que va anudado tipo cordones de los zapatos, pues nada, ni sacando el lazo entero, ni forzando los clics… A mí me empezó a entrar ansiedad, porque entre el calor, el agobio y la asfixia me veía llegando a urgencias medio en bolas pasando la vergüenza de mi vida. Encima tenía las ballenas del corsé cada vez más incrustadas y, del propio sudor, el tejido no cedía, se había quedado rígido.

Me sentí como Ross de Friends en el episodio de los pantalones de cuero, que se los quitó porque sudaba y luego no pudo volvérselos a poner. Pues igual, pero a la inversa (qué cosas más raras digo).

A todo esto, los efectos del alcohol magnificaban todo el drama y nos tenía especialmente torpes; por no hablar de las locuras que se nos ocurrieron como meterme en la ducha entera y enjabonarme para que se escurriera mejor o embadurnarme en aceite de oliva como si fuera un chipirón. Mientras empezaba a darlo por imposible, decidí salir a la terraza a que me diera un poco el aire (aunque ya digo que hacía bochorno) y eso me alivió. Y no solo eso: se me secó el sudor. 

Al rato me metí para el baño e intenté quitármelo por mis santos ovarios y… ¡voilà! Milagro. Los clics no cedieron, pero sí pude escurrirme hacia abajo como una culebrilla, sin que se me quedaran atoradas las tetas ni los hombros. Me liberé del puñetero corsé asesino que, no solo me jodió el polvo, sino que me dejó la marca de las ballenas en el costado.

Después de aquello, como el corsé era blanco, el chico y yo nos referimos a aquel día como “el que casi me mata Moby Dick”. 

 

Ele Mandarina