Dementor sexual. Dícese de aquel varón o fémina que a propri te excita, pero de repente suelta una frase o hace algo tan cortarrollos que se te seca el chirri en dos segundos. Te roba la excitación, las ganas de follar y a veces hasta de vivir. Tu vagina se deprime, es inevitable. Además, desgraciadamente no tenemos ninguna prisión de Azkaban donde mandarles, así que campan a sus anchas.

En mi vida me he sentido engañada hasta el punto de querer llorar tres veces: la primera fue cuando descubrí que el Ratoncito Pérez no era mi primo, pese a apellidarme Pérez yo también. La segunda vez fue cuando descubrí que la comida light también engorda, esta si que fue jodida. La tercera y última fue cuando me follé a César, que es de lo que os vengo a hablar hoy.

César apareció en mi vida por una amiga, básicamente. Ella se acababa de echar un noviete y este noviete tenía un amigo soltero, guapo y con ganas de ligar al que me presentaron. Hasta aquí todo bien. Yo le pregunté a mi amiga que cómo era César y ella me dijo que estaba muy bueno. Yo le dije que cómo era de forma de ser, que su cara y su cuerpo ya lo había visto en fotos, y me dijo que muy majo. Me mintió la muy cabrona, porque apenas le conocía. Sea como sea la creí y fui a una cita doble en el cine.

Durante tres semanas o así quedamos todos y cada uno de los fines de semana, y al final ya quedamos él y yo a solas. Las intenciones eran más que claras, quería enrollarme con él. De todos modos, también tenía ganas de conocerle de verdad, porque en una cita doble tampoco te sinceras del todo.

Fuimos a un bar y nos sentamos en la mesa más apartada. Bebimos cerveza, comimos pipas y hablamos de nuestra vida, de nuestros secretos y de todo lo que se nos pasó por la cabeza. Lo peor de todo esto es que parecía NORMAL.

Nos besamos, pero no nos acostamos. No fue hasta pasados un par de días cuando ya sí que sí rematamos la faena en su casa, y aquí llegó la miga de la historia.

Yo durante el sexo lo doy todo. No tengo reparos y no me avergüenzo. Me gusta probar mil posturas y cualquier burrada que se me ocurra. Luego ya decido si me gusta o no, y si no me gusta pues no repito, pero siempre lo cato una vez. Digo esto porque César me metió un dedo por el culo, algo que me pone mucho y con lo que disfruté (y que tampoco es para tanto, pienso yo). ¿Qué tiene de malo esto? Nada, o eso creía.

Al acabar César soltó la frase más cortarrollos que me han soltado en mi vida:

“Al final todas sois iguales, vais de feministas, pero os vuelve locas un dedo en el culo.”

¿Le encontráis la lógica a estas palabras? ¿Tiene algún puto sentido mezclar el feminismo con un dedo en el culo? Es que como si quiero que me ates de pies y manos y me azotes para correrme, tío. Eso no me hace menos feminista.

Por supuesto no volví a quedar con él, pero esta experiencia me sirvió para descubrir que los machistas son como los terraplanistas. Puedes hablar de cualquier cosa y parecen medio normales, pero cuando sacas el temita “tabú” ya se vienen arriba. Ya lo veis, chicas, La Tierra es redonda y César gilipollas.

Anónimo

 

Envía tus follodramas a [email protected]