Hace unos veranos me fui con mis amigas a Tenerife a pasar una semana de vacaciones. Todo pintaba genial, días eternos en la playa, tomando el sol, mojito en mano y noches de desenfreno. Lo que yo no sabía es que lo mejor no lo encontrabas por la noche a la luz de la luna, no amigas no, lo mejor estaba en la playa a plena luz del día. ¡Qué socorristas!¡Madre del amor hermoso! ¿Pero qué les dan de comer a los chicos en estas islas? ¿Será el mojo picón? Sinceramente todavía no lo hemos averiguado, pero yo no había visto esas piernas y esas espaldas en ningún lado. De esto no tenemos en la capital decíamos.

Así que nos dedicamos a recorrernos todas las playas localizando todas las casetas de socorristas para admirar a esos dioses. La mala suerte quiso que durante esa semana llegaran unos días de tormenta tropical. De esos en que bajan las temperaturas y hace un tiempo de perros. Pero eso no nos desanimó en nuestro ritual de visitar puestos de socorristas, así que una mañana de resaca cogimos unas cervezas y a la playa que nos fuimos.

Ya sentadas en la arena y relajadas, nos dedicábamos a mirar las idas y venidas de un socorrista que estaba para mojar pan y repetir. La playa desierta y sólo un grupo de chicas bebiendo cerveza a cual más abrigada. La imagen debía ser un cuadro la verdad.

A la hora de cambiar de playa y en el camino de vuelta al coche, observé a mi socorrista apoyado en la caseta mirándonos fijamente. Yo no sé si fue la resaca, las cervezas que ya llevaba en el cuerpo, el calentamiento global de esos días o que tenía tanto frío que sólo pensaba en retozar con ese adonis, pero al pasar por su lado me vine arriba y le solté:

  • Chico de verdad, contigo como socorrista dan ganas hasta de ahogarse.

Mis amigas me miraron estupefactas, pero al chico debió hacerle gracia, porque me dijo que cuando quisiera me enseñaba lo bien que se le daba realizar el boca a boca. Así que ni corta ni perezosa le dije que no había tiempo que perder, que nunca se sabe cuando una amiga se va a ahogar y no habrá un socorrista cerca para atenderla.

El chico me sonrío y me invitó a entrar. Yo le seguí dispuesta a quitarme ese horrible frío que se me había metido hasta los huesos, mientras mis amigas me esperaban en el chiringuito de turno.

Nada más entrar el chico se abalanzó sobre mi. Joder qué bien hacía el boca a boca el muchacho. Qué cuerpazo. Y yo que ya estaba más que preparada, no me vine atrás. En la caseta sólo había una mesa, una silla y una camilla. A parte de arena por todas partes. Debí escoger la mesa, pero tenía ganas de cabalgar y senté a mi adonis en la camilla mientras me subía a horcajadas sobre él.

Con las prisas y el frío no me había dado tiempo ni de desnudarme, así que estaba medio vestida, con el pantalón y las bragas quitados de una pierna y colgando de la otra. Estaba yo en todo mi apogeo cuando la física decidió jugarme una mala pasada. Y es que la pierna que mantenía parte de mi pantalón, con la fricción de la camilla resbaló, y yo, al ver que me venía abajo, me agarré a lo que tenía más cerca. Evidentemente fue a mi adonis.

Todavía recuerdo la imagen a cámara lenta. Yo cayendo al vacío, cogiéndome de la espalda y el cuello del socorrista y viendo su cara de susto cuando la gravedad hizo efecto y se vino abajo conmigo. En menos de un suspiro me vi tumbada en el suelo, con 90 kilos sobre mi, un dolor de culo considerable y rasguños por todo el cuerpo. A parte, con el sudor de la acción, toda la arena habida y por haber, se pegó a mi cuerpo. Por lo que pasé de ser una chica medianamente decente a una croqueta.

Arena para todos

Mi adonis se portó de lujo, todo hay que decirlo. Me ayudó a levantarme y se dedicó a curarme las heridas. Eso sí, la vergüenza y la dignidad ya no tenían cura que valiera. Como buenamente pude me vestí y salí sin mirar atrás. Aparecí en el chiringuito caminando como chiquito de la calzada y con más arena que en toda la playa.

Mi amigas se rieron un buen rato, pero yo estuve sacándome arena de sitios insospechados toda la semana. Desde ese día, me gané el mote de croquetilla.

 

Anónimo

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