Cuando digo que ese día iba yo caliente, os aseguro que es cierto. Podía haber bajado el sol y haberse quedado frío a mi lado, hubiese resistido 40 dracarys seguidos, os hubiese fundido a todas solo con mi mirada. Ese día, uno como otro cualquiera, necesitaba meneo empotrador, así que me valí de la siempre infalible app de follisqueo.

Una vez elegido el maromo y unos cuantos descartados por motivos varios (ni machista ni feminista, solo escríbeme si eres un 8, etc.…), decidí que unas cuantas frases guarrindongas nos pondrían en situación. Vamos, que quería dejarle claro que quería salir volando contra la pared de la fuerza del embiste. Y cuando ya estuvimos los dos lo suficientemente revoltosos, le invito a un café (que no digan que una es rácana, además, debía comprobar si el muchacho era igual de decente en persona que por escrito).

Bebimos un par de copas tras el café y ya dispuestos a meternos en faena, nos vamos a mi dulce hogar. Hay que decir que él traía una mochila consigo, un poco grande, pero pensé: «Bueno, llevará muchas cosas encima y le resulta cómodo».

Ay, queridas. No, no es que llevara muchas cosas el chaval y la mochila siempre sea una buena aliada… es que llevaba EL MONSTRUO. ¿A qué me refiero con «el monstruo»? Pues a un pene de silicona tamaño XL de colorines y formas. Vamos, lo menos parecido a una polla al uso que yo había visto en mi vida, porque era de un rosa translúcido y con bolitas de colores en el interior. Pero, sobre todo: el tamaño, el tamaño, queridas.

Mi primer pensamiento fue: «Eso no entra». Por un momento os juro que el chochamen me hizo movimiento almeja defensiva y se cerró de golpe, pero el chico se sentó a mi lado y, con voz suave, me dijo que solo lo íbamos a usar si a mí me apetecía.

Claro, faltaría más, señor, aunque se agradece. La cuestión es que me empieza a estimular, yo comienzo a gemir y a sentirme muy bien, y cuando añade un lubricante que noto calentito, ya siento que todo va a salir estupendamente y que voy a gozar como perra en celo.

Cuando comienza a meter el juguete noto algo de presión, a lo que yo respondo respirando profundamente, una y otra vez, vamos que no sabía si estaba follando o preparándome para el parto. Al tenerlo todo dentro pego un grito, era demasiado, pero el chico interpretó que me estaba dando el orgasmo de mi vida, así que va el muy despistado y más que lo mete. Ahí sí que doy un chillido inconfundible. Le miro, me miro, me pregunto qué ha pasado con el juguete, no lo veo… pero siento un dolor en mis bajos sagrados que me ponen de muy mala hostia. Comprendo enseguida lo que sucede y trato de extraérmelo… joder, que no puedo pellizcarlo con los dedos. Empujo como si hiciera de vientre. JODER, JODER, JODER. Que el puto pollón unicornio no sale.

Me pongo histérica y él conmigo, se quiere ir, pero le agarro de la camiseta y le digo que como se le ocurra dejarme sola con semejante problema, más vale que huya lejos. Intenta meterme los dedos y sacarlo él, me dice que me relaje… Cada vez tengo más claro que estoy en el parto, pero el bebé larguirucho no quiere salir, y el maromo tiene de todo menos de comadrona o médico. Ya al borde del llanto, le pido que llame a un taxi que me voy a urgencias… caminando de puntillas, ya os lo digo.

Mano de santo la doctora que me lo quitó, y como yo estaba roja de la vergüenza y sin mirarla, me cogió de la mano y me dijo: «Tranquila, aquí hemos visto de todo». Lo bueno fue cuando me preguntó que qué quería hacer con el objeto. Prenderle fuego mientras cantaba a su alrededor, eso deseaba, pero le pedí por favor que lo tirara a la basura. No sé si lo hizo o no, pero chicas: si no dilatáis, no metáis. 

EGA