En realidad esto es una historia que me pasó hace ya unos cuantos años, cuando no había Tinder ni historias similares, y lo que tocaba era conocer al chico de turno en las fiestas de tu pueblo, por ejemplo. Que fue lo que hice yo.

Siempre he tenido mis kg de más, pero eso nunca impidió que tuviera morro y me lanzase a bailar como una loca cada verano durante las fiestas. Mi pueblo se llenaba (y se llena) de gente de pueblos cercanos, y es la ocasión perfecta para conocer gente nueva, porque los de siempre ya los tienes muy vistos. En esas andaba yo, bailando como una loca y con varias copas encima, que le conocí a él. Llamémosle Mario. 

Mandó a un amigo (classic) a decirme que si ‘aquel de allá’ podía invitarme a una copa. Cuando vi sus ojazos azules mirándome desde el otro lado de la verbena, no pude decir que no. No nos habíamos visto nunca, pero resultó que teníamos amigos comunes y la conversación fluyó desde el principio. Encima de guapo majete, ¡ya podía cantar bingo!

Al rato de charla me pidió ir a un lugar apartado, y ya sabemos todos qué significa eso. Le faltó tiempo para meterme boca y mano al culo directa. Y lo cierto es que me encantó. Recuerdo pensar que era el primer beso en condiciones que me daban. No había tenido suerte hasta la fecha y me habían tocado varios de esos que o te meten la lengua hasta la campanilla o te baban media cara. Pero esto no, este besaba que te mueres y me empezó a chorrear el whopper al segundo.

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Yo por aquella época vivía todavía con mis padres en el pueblo. Él tampoco tenía casa porque planeaba volverse a su pueblo en el coche de un colega, así que con el calentón lo único que se me ocurrió fue decirle de ir a la playa a ‘dar una vuelta’.

La verdad es que fue bastante romántico, y eso que acabábamos de conocernos. Pero digamos que tuvimos un flechazo y una química especial y recuerdo esa noche con mucha ternura, hasta el momento playa.

Porque claro, esto es un follodrama, y algo tuvo que pasar. Ahí va.

Empezamos a magrearnos en la arena, sin toalla ni nada, claro, no íbamos preparados. Me quita las bragas, me mete mano y cuando estoy a punto de correrme me pongo encima de él para que pare y postergar el momento. Nos besamos durante un rato, y cuando ya no puede más y quiere quitarse los pantalones y coger el preservativo, me baja de nuevo a la arena con poco tacto y…

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¡AHHHHHHHHHHH!

Pegué un grito que se debió de escuchar hasta en la verbena. Fue apoyar una cacha en la arena y sentir que algo me cortaba a tope. Me levanté de golpe, eché la mano al culo y sangraba como un gorrino. Palpé la arena con cuidado porque no se veía un pijo, y encontré el culpable de mi dolor: UN MALDITO MEJILLÓN.

Una concha de mejillón rota que tenía un borde en pincho que acababa de rajarme el trasero. Planazo.

Como no dejaba de sangrar se nos cortó todo el rollo y el chaval tuvo que acompañarme la UVI móvil a que me revisaran que no era nada grave. Os imagináis la imagen, los dos volviendo de la playa y yo con la pierna llena de arena y sangre que asomaba por debajo del vestido. Al pobrecito le miraban como si viniera de violarme.

Para que no os quedéis con la parte mala de la historia, os diré que ese verano nos liamos unas cuantas veces más. Lo recuerdo como un amor de verano fantástico y hasta la historia del mejillón la recuerdo con cariño. Supongo que porque mereció la pena… ¡resultó follar igual que besaba… de vicio!

Mejillona