No soy muy de salir de fiesta, pero cuando salgo LO DOY TODO. Esto sucede como mucho 5 veces al año, pero siempre la lío parda y acabo volviendo a casa borracha como un piojo y a las tantas de la madrugada. Y hoy vengo a contaros lo que me pasó en una de esas noches locas, que sin duda pasará a la historia como uno de los grandes follodramas de mi historial.

Salí de cañas con mis amigas y cuando me quise  dar cuenta ya me estaba pidiendo gin tonics. ¿Sabéis esas tardes noches con colegas en las que todo fluye y que no queréis que acabe nunca? Pues así fue. La quisimos alargar y pasamos del bar a la disco más cercana. Un antro tan choni como divertido de esos con cañones de humo y música cuestionable. Yo es que cuando voy pedo disfruto todo lo que sea bailable, así que ninguna queja.

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Bailamos, cantamos, nos abrazamos, nos juramos amistad eterna… Noche perfecta. Pero cuando ya no podía más con mis pies, hice bomba de humo y me pillé el primer taxi que pasó. Maldita la hora.

Yo iba a lo mío respirando aire fresco por la ventanilla y pensando en la fantástica noche que acababa de pasar, cuando el taxista empezó a darme conversación. Iba a cagarme en él (normalmente odio que me hablen y me cuenten su vida) cuando le vi por el espejo y automáticamente mi chichi se puso a dar palmas. Resulta que el taxi lo iba conduciendo el máximo pibón de la vida. Un morenazo de ojos verdes y sonrisa perfecta que debía de pensarse que era mongola, porque me quedé mirándole fijamente sin responder.

– ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?

– Sí, sí, lo siento, solo un poco cansada.

Encima majo. Cantamos bingo.

Tras una breve conversación se hizo el silencio y con él percibí tensión en el ambiente. Entonces lo soltó. Me dijo que nunca le había pasado, que había tenido un flechazo inmediato en cuanto entré en el coche, y que por favor perdonase su atrevimiento, pero que era preciosa y le encantaría invitarme a una cita. Yo estaba que poco más y tiro las bragas por la ventanilla. Como gordibuena de toda la vida no estoy acostumbrada a esas muestras de interés así tan de primeras, y menos aún viniendo del portento que me estaba llevando a casa.

Sonreí haciéndome la tímida, pero el alcohol me envalentonó y le dije que si quería me podía poner en el asiento de delante para conocernos mejor. Cuando llegamos a mi portal no sabía qué excusa inventarme para no tener que salir del coche. Gracias a Dios no hizo falta. Él me acarició la cara de forma muy dulce, le miré a los ojos y nos besamos. Un beso de esos de película que derivó en todo el magreo que un coche permite. Cuando llevé la mano a su paquete ya estaba on fire. Le bajé la cremallera y me disponía a chuparle el cimbrel, cuando de repente suena la radio esa con la que los taxistas se comunican entre ellos (¿walkie? bueno, no sé como se llama), y se escucha a un compañero decirle algo así como:

– Qué pasa campeón, como va la noche. ¿Muchas carreras? ¿No te estarás ya cepillando a otra clienta como siempre no?

Mi amigo el taxista se puso blanco como el papel. Acababan de dejar su discursito en evidencia y por supuesto, acababan de joderle el polvo. Porque vale que yo no soy tonta y ya sé que lo suyo fue una excusa cutre para llevarme al huerto. Pero escuchar de viva voz que se cepilla a todas las clientas me dio un coraje que poco más y le pillo el rabo con la puerta del portazo que le metí.

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Que conste que me dio pena porque yo también me quedé sin follar y el tío estaba tan rico que aún me acuerdo en sueños. Supongo que hay veces que la dignidad y el orgullo deben anteponerse a las pingas. Ya os contaré si algún día me lo vuelvo a encontrar… ¡ganas no me faltan!

Taxi Driver