He bebido mucho alcohol y he comido mucho chocolate para asimilar lo que me pasó con este tío, y aun así escapa a mi entendimiento.

Este verano conocí a un chico en mi bar de confianza (dícese ese lugar al que siempre acabó yendo cuando me aburro de escuchar chunda-chunda en otros locales o cuando me apetece beber algo que no sea garrafón). Nos miramos de reojo pero no dijimos nada. Y así estuvimos durante unos meses, con las miraditas pero sin presentarnos (sí, somos críos de 30 años, lo sé).

En octubre el bar hizo su típica fiesta de aniversario y yo me pillé un pedo considerable. Perdí las desinhibiciones -y mi pintalabios favorito, cómo me jode eso-, pero el lado positivo es que me animé y fui a hablar con el maromo en cuestión.

Charlamos sobre música, sobre cine, sobre trabajo y sobre política, y el chavalillo me pareció bastante decente y con las ideas bien puestas. Era inevitable que a las 3 de la mañana ya estuviésemos comiéndonos la boca como adolescentes en celo.

Fuimos a su casa y follamos como si llevásemos toda la vida haciendo boto de castidad. Él se corrió, yo me corrí, los cristales se empañaron, sonaron arpas celestiales y Dios bajó y nos felicitó. Lo típico.

Follamos muchas más veces, pero la cosa se quedó ahí. Sólo era sexo. Jamás fuimos al cine ni paseamos de la mano por el casco antiguo de la ciudad. Era algo puramente físico y yo estaba feliz.

En realidad nunca he tenido follamigos. Ni siquiera considero que este chaval fuese mi follamigo porque lo único que había en la relación era sexo; cero amistad.

Tras esta calma sepulcral repleta de orgasmos y condones llegó la tormenta. Ya era enero y nosotros seguíamos con la misma dinámica de siempre. Me escribía o le escribía si nos picaban las partes o acabábamos follando cuando nos encontrábamos en el bar. Todo iba bien, no había indicios de que algo malo fuese a suceder.

Y ocurrió. Pasó amigas. Lo inevitable sucedió.

  • Oye, ¿te apetece venir esta noche a casa?
  • No puedo, voy de cena con mis amigas por mi cumpleaños.
  • ¿Es hoy?
  • No, el 24 de enero.

Y no dijo nada más esa noche.

Me pareció un poco raro, porque aunque manteníamos las distancias dejando claro que era puramente sexual, jamás era seco ni borde. Sopesé varias opciones:

  • Que le jodió que pasase de follar con él por tener una cena. Descarté esta opción porque ya había pasado alguna otra vez (tanto él como yo habíamos anulado algún plan por tener cenas/fiestas/cosas que hacer con amigos) y no se había picado nunca, todo lo contrario.
  • Que le jodió que no le invitase a la cena de cumpleaños. Descarté esta opción porque sería ridículo. Jamás hacíamos planes juntos fuera de la cama y dudo que quisiera venir a una cena con mis amigas de toda la vida.
  • Que estuviese ocupado/liado/de mal humor por cualquier cosa. Me quedé con esta opción.

Al día siguiente le escribí y pasó de mí. Una semana después volví a intentarlo y no obtuve respuesta. Desistí. A estas edades de la vida lo último que me apetece es ir detrás de un tío como si fuese un trozo de pan rancio.

Este finde nos encontramos en el bar. Hay que reconocer que el chaval fue bastante gilipollas pasando de mí por WhatsApp sabiendo que casi todos los findes coincidimos en el bar, pero bueno.

Le pregunté y me dijo “la verdad”:

“No has hecho nada mal, de verdad, pero es que cuando me dijiste que cumplías años el 24 de enero… Que eras acuario. Pues me rayé. Yo soy virgo y claro, somos bastante incompatibles.”

Me quedé ojiplática, asentí y me fui con mis colegas a beber para olvidar. En realidad creo que ha pasado de mí porque se ha aburrido y ha utilizado la excusa del signo del zodiaco, pero cosas más raras se han visto.

¿Vosotras pasaríais de alguien por su signo del zodiaco u os parece la mayor chorrada del universo? ¿Han pasado de vosotras por algo así o yo soy la máxima pringada?

 

Anónimo

 

Envíanos tus follodramas e historias a [email protected]