Cuando cumplí 19 años me regalaron un cachorrito adoptado que era la cosota más mona del mundo. Me pasaba el día jugando con él y educándolo (o por lo menos intentándolo). Era el mejor regalo que me habían hecho en mi vida. Apenas tenías 3 meses y le encantaba estar pegadito a mí. Siempre solía estar conmigo en la cama por las noches o cuando me tiraba a leer libros hasta las tantas de la madrugada.  Lo que me esperaba era que su hobby favorito fuese roerme calcetines o romper alguna pelota. Pero no, a ese perro le encantaba verme follar.

Por lo general, siempre dejaba la puerta de mi habitación abierta, menos cuando venía mi novio, por eso de que si alguien decidía aparecer por casa me diera tiempo a ocultar todo el percal que montábamos. Todo eso cambió cuando llegó la criaturita. Si cerrábamos la puerta para tener intimidad se ponía a llorar a pleno pulmón y obviamente, no podíamos centrarnos en el folleteo, esos llantos distraerían hasta a un monje del Nepal. 

Pero lo peor sin duda no fueron esos llantos, fue el día que decidió unirse a la fiesta.

Estábamos cansados de que llorase, así que le dejamos estar en la cama que tenía en la habitación mientras nosotros le dábamos al tema. Creo que nunca me sentí tan incómoda de que alguien me mirase tan fijamente. Esa bola de pelo no separaba la mirada de mi cara, y en serio, intentar tener un orgasmo con esos ojos penetrantes era misión imposible. Mi vida sexual se estaba viendo afectada, así que tuve que meterme en el papel de Shakira «Loca, ciega y sordomuda´´. Y funcionó.

Durante una semana.

Como mi perro veía que sus llantos y su carita de pena ya no hacían efecto, decidió entrar en escena. Y ahí, en medio de un polvazo de los de romper la cama, mientras mi novio se bajaba al monte de Venus para que mi conejito llegase al país de las maravillas de Alicia, mi perro se subió a la cama… ¡Y LE LAMIÓ TODO EL CULO!

 Si él no quería improvisar, ya daba igual. Mi cachorrito había decidido por él. 

Seguro que pensáis que ahí se acabó lo que pudo ser uno de los polvazos de los que nunca se olvidan. Pues no. 

Después de 10 minutos en los que mi novio estaba que echaba humo del cabreo y yo estaba roja del descojone que me pegué, decidimos continuar con el magreo. Había que aprovechar que teníamos la casa para nosotros solos toda esa tarde.

 Los dos teníamos la mecha corta así que tardamos menos en volver a la carga que Bolt en correr los 100 metros lisos. Parece que mi perro no se había quedado a gusto, así que en el auge de un orgasmo más intenso que la tensión entre las Campos… ¡ME CHUPÓ TODA LA CARA!

Me levanté de golpe para quitarme sus babas de toda la mejilla y mandarlo a comer friskis en seis idiomas distintos. Tuvo suerte de tener esa carita tan mona para que no me diesen ganas de matarle. Al final, acabamos yendo a dar un paseo cual familia feliz intentando olvidar el momentazo que nos hizo pasar esa bola de pelo. Nunca pensé que el culpable de no poder montármelo en casa sería mi perro y no mi familia.

 

Yoliconguito