Corría el año 2015 y yo me fui de Erasmus a Polonia a pasarlo bien, beber barato y aprender idiomas (lo que uno hace en un Erasmus, para qué mentir). El caso es que tras un mesecillo algo depre por el cambio de rutina y porque no había hecho amigos en mi carrera, conocí a un grupito muy majo de gente de todas partes de Europa.

Éramos como El Club De Los Cinco, solo que en total seríamos unas 30 personas, y entre tanta gente estaba Nacho. Nacho era un tío de Granada que siempre me hacía reír, y el primer requisito para que yo abra las piernas es que me hagan descojonarme. Por lo tanto, él tenía la mitad del camino hecho.

Para que os hagáis una idea, Nacho llevaba la cabeza rapada y medía uno noventa, y si yo he aprendido algo del porno es que los calvos comen el coño como nadie, así que la segunda mitad del camino también estaba hecha.

El muchacho compartía piso con dos chicos de Canarias y un chico de Escocia, que también eran del grupo, y parecían los putos Beatles porque siempre iban juntos, así que cada vez que intentaba hablar a solas con él me entraba el complejo de Yoko Ono. Mi ligoteo se empezó a volver más y más evidente, y un día de fiesta Nacho se dio cuenta de que le estaba tirando la caña y me siguió el juego.

Que si háblame al oído que no oigo con la música tan alta, que si uy que nos rozamos sin querer, que si que gracioso eres, que si que bien me caes, y de repente su amigo escocés empezó a gritar “Nacho cabrón, bájate al pilón” con una pronunciación que ni los guiris que veranean en Menorca, así que se nos corto el rollo lo más grande. La noche acabó sin eróticos resultados y cada uno nos fuimos a nuestra casa.

Durante dos eternas semanas estuvimos a punto de enrollarnos cada vez que salíamos, pero cuando íbamos a hacerlo el escocés aparecía para tocar los huevos con bromitas cortarollos en inglés.

– ¿Sabías que Nacho tiene ladillas?

– ¿Sabías que Nacho tarda 3 horas en cagar?

– ¿Sabías que Nacho tiene micropolla?

– ¿Sabías que Nacho tiene solo un huevo?

Y yo intentaba mantenerme zen y cortarle las bromitas de alguna forma ingeniosa, pero cuando te interrumpen quince veces en una hora para decir gilipolleces, ni el mismísimo Buda puede calmarte.

Yo cada vez que hablaba el puto escocés.

Un día no aguanté más y le propuse a Nacho ir a su casa para estar a solas y tomar algo allí. Él aceptó. El problema es que el puto escocés nos vio marchar, así que dijo que le había entrado sueño y que él se iba también para casa.

Cuando ya estaba a punto de mandar al colega de una patada a Escocia, Nacho le mandó a la mierda sutilmente y le dijo que queríamos estar a solas, que fuera tirando para casa pero que no nos molestase cuando nosotros llegásemos.

El chaval le hizo caso a regañadientes y se marchó. Nosotros nos sentamos en una plaza y todas las ganas que nos teníamos se multiplicaron por mil, así que nos empezamos a enrollar. Pasaron tres horas de magreos, risas e historias, y decidimos ir a su casa.

Yo estaba acojonada porque me imaginaba que el escocés iba a estar despierto, como cuando en las películas los hijos llegan tarde y el padre está en el sofá esperándoles con cara de mala hostia. Sorprendentemente no había nadie, así que fuimos directos a su habitación. Por si las moscas, cerramos el tranco y nos empezamos a dar el lote.

Nacho me comió, yo me corrí y confirmé que los calvos son los mejores comiendo coños. A mi me gusta más un rabo que a un tonto un lápiz, así que le giré con intención de comerle la pinga. Él se pensó que íbamos a darle al fornicio así que abrió el cajón de su mesilla para coger un condón.

Yo – Espera espera, que ahora me toca a mí. Uy, ¿qué es eso que tienes en el cajón? ¿Lubricante de fresa?

Nacho puso cara de emoticono del Whatsapp y me pasó el lubricante.

Con todo mi arte extremeño, le eché un chorrazo de lubricante en el rabo, pero de repente me vino un olor que me quise morir.

Yo – Hostia tronco, o este lubricante está caducado o los polacos tienen un concepto equivocado del sabor a fresa.

Nacho – ¿Qué dices? ¿A ver? Uy… Esto no huele a caducado… Esto huele como a vinagre, ¿no?

Yo – Uy, pues sí… Te huele el rabo a vinagre tío. Enciende la luz del techo.

Y efectivamente, Nacho tenía todo el rabo color marrón porque alguien le había echado puta crema de vinagre balsámico en el lubricante.

Yo no podía creerme lo que estaba pasando, y mientras esperaba en la cama sin saber si descojonarme o llorar, Nacho fue a decirle de todo a su amigo escocés.

Yo solo le escuche decir “I didi it for the lulz”, que viene a significar “soy subnormal profundo y no mojo el rabo ni a tiros, así que te jodo a ti los polvos”.

Al final follamos meses después y en Granada, pero desde entonces yo no he vuelto a echarme vinagre balsámico en las ensaladas.

 Autora: jamás me haré vegana