Follodrama escrito en 2019

 

Siempre me he considerado una tía liberal, así que era de esperar que tarde o temprano me descargase el Tinder para buscar follisqueo y lo que surgiese. Como en este momento de mi vida no me apetece lo más mínimo una relación, mis expectativas de esta famosa aplicación se reducen a echar algún que otro buen polvo (sí, soy optimista por naturaleza).

El primer chico con el que quedé fue normal. Era simpático, educado y típico polvo que te gusta pero que sabes que con los años olvidarás porque tampoco es para tirar cohetes.

El segundo match era mejor, pero de vez en cuando tenía la manía de follar a modo conejo de Duracell y yo acabé con el coño como una piedra pómez de áspero. No estábamos destinados, qué se le va a hacer.

El tercero en discordia fue un desastre absoluto. Típico tío que te dice que es un Dios del sexo y que todas las tías beben el agua por él, pero que no sabe ni ubicar el clítoris. Real que no sentí nada.

El cuarto y penúltimo prometía, porque tenía un pollón tremebundo. No es oro todo lo que reluce ni mágica cualquier varita, y ese rabaco que parecía un paraíso acabó destrozándome viva. Con todo el dolor de mi corazón y tras pedir ayuda en el foro de WeLoversize, tuve que decirle adiós (aunque seguimos siendo amigos).

El quinto ligue (y protagonista de esta historia) es el causante de que hoy, 9 de septiembre, no pueda levantarme de la cama ni con una grúa.

Habían pasado ya unas cuantas semanas desde que eché el último casquete polar con el chico del pollón, pero mi vagina necesitaba tiempo para rehabilitarse y yo no quería ni si quiera catar varón. Total, que un día viendo una película de Marvel despertó mi instinto sexual al ver a tanto maromazo buenorro, así que abrí la aplicación y empecé a usar el dedo como nunca lo había hecho. Entre match y súper likes encontré a un tío guapísimo, con una bio graciosa y que parecía mi tipo totalmente. Lo siguiente ya lo imagináis… Chico conoce chica, se intercambian los teléfonos, empiezan a hablar día y noche, deciden quedar y surge la magia.

Nos vimos en su bar favorito y tras unas cuantas cervezas me invitó a su casa, yo encantada de la vida. En el ascensor ya me quitó las bragas, para que os hagáis una idea, pero al llegar a su cama y empezar con el mete-saca la cosa se torció.

«Oye, ponme tu pierna izquierda por encima del hombro, que ya verás como te gusta…»

«No, no… Pero así no. Gira un poco el culo. Así, levanta la cadera.»

Y claro, yo no sabía si estaba follando o jugando al Twister.

No os voy a engañar, yo no estaba disfrutando una puta mierda. Él estaba motivadísimo dandome fuerte mientras yo me contorsionaba como si llevase toda la vida trabajando en El Circo del Sol, y poco a poco mi parrusa se secó más que el Guadiana.

«Ay, que veo que estás un poco sequita. Gírate y te follo así a cuatro patas agarrándote como una carretilla. Eso os vuelve locas, ya verás como remontas.»

Mi cara era un poema, y obviamente eso no remontó.

Una buena pregunta es que por qué narices no me fui de esa cama y de esa casa antes, pero me gusta probar y de verdad pensaba que al menos un orgasmo me llevaría. Ilusa de mí. Cuando vi que el muchacho no paraba de moverme y de moverse como si fuésemos una carraca humana, le frené, le dije que no me estaba gustando mucho y que prefería algo más clásico o por lo menos libre de calambrazos musculares. A él se le cortó un poco el rollo, me dijo que era modosita y amablemente me echó de su casa. Luego me borró de WhatsApp y me bloqueó, así que no he podido decirle que a mí me flipa el sexo, pero bien hecho.

 

Me gusta que me follen de las maneras más enrevesadas, que me agarren y que me muerdan, pero sobre todo me gusta disfrutar y que mi compañero disfrute. Si veo que alguien está más incómodo que yo viendo un partido de tenis, paro, preguntó y me adaptó. ¿Es tan difícil recordar que el sexo es algo de dos? Yo no soy una vagina en lata ni una muñeca hinchable que se doble a gusto del consumidor. A lo mejor eso es lo que falló, que mi boca sirve para hablar y no solo para que me metan un rabo dentro.

Y nada amiguis, que aquí me tenéis, postrada en la cama sin poder mover las piernas de la contractura de cuello que tengo y con un bajón tan grande que me parece un buen polvo hasta el del chaval que follaba como un conejo. Al final acabaré comprandome un relajante muscular y un vibrador nuevo, porque visto el percal en Tinder a una se le quitan las ganas.

 

Anónimo

 

Envía tus follodramas a [email protected]