Que lo gordos y gordas del mundo también follamos es un hecho. Que tenemos más facilidad para liarla petarda también; sobre todo cuando hablamos de espacios reducidos o estructuras inestables. Y si no, a las pruebas me remito.

Os juro por lo más grande que hay en este mundo que todavía me dan los siete males cada vez que me acuerdo de lo que me pasó hace unos meses. Si os digo que me arrepiento, mentiría; la verdad es que me lo pasé en grande. Eso sí, porque el destino quiso ayudarme que si no…

Resulta que llevaba yo varios días quedando con un muchacho muy apañedete; muy mono, alto, gordito y con un pico de oro. El chaval estaba un poco de la olla pero follaba muy bien así que para lo que yo necesitaba en ese momento me venía de perlas. Nos reíamos y nos compenetrábamos de lujo.

El caso es que en una de estas tardes de me pica el chichi y no tengo nada mejor que hacer que acordarme de la existencia de este señor, decidí llamarle. El muchacho muy dispuesto a las dos horas estaba picando el timbre de mi casa.

Una película íbamos a ver… ya, claro. En 20 minutos estábamos retozando cual cochinillos en el lodo entre las sábanas de mi habitación. Qué calores que pasamos, qué sudores y qué de todo… Y ojo, que follando suda todo el mundo, pero dos gordos en pleno agosto en Madrid, más todavía.

¿Pues nuestra maravillosa idea cuál fue? Meternos en la ducha. Primero me metí yo, y luego él. Yo no sé vosotros pero a mi el sueldo me da para un pisito modesto con una habitación, un salón/comedor/despacho/cocina todo junto y un baño que parece el de las Polly Pocket.

Ojalá hubiera sido así

Y claro, las muñecas lo mismo no habrían tenido el problema que tuvimos él y yo. Sí, pasó exactamente lo que estás imaginando: nos quedamos encasquillados. Allí no corría ni el aire. Un maromo de casi dos metros de alto con una barriga que ya la querría Espinete y yo que tengo un culo tamaño mesa camilla nos acabábamos de quedar encasquillados en una ducha de menos de un metro cuadrado. Yo no sé si aquello hizo ventosa o qué pero el caso es que la mampara no se abría, hacíamos tope y era imposible salir.

A todo esto su cola rozándome y yo cachonda perdida, pero claro, a ver a quién se le ocurre ponerse a hacer cochinadas cuando no sabes si vas a poder salir algún día de aquel espacio reducido con todos tus miembros intactos.

A mi me empezaron a entrar sudores, de los fríos, no de los de antes. Virgencita, ayúdame.

Al muchacho le dio la risa y a mi no me hacía ni puta gracia claro está. Ni quedarme atascada ni clavarme el puto grifo de la ducha en la espalda, que aún tengo la señal. Y cuánto más se reía él, más angustia me daba a mí.

Si estoy escribiendo esto es porque al final el destino me echó una mano; la Virgen ni apareció todo sea dicho, y el chaval, que debía ser primo de McGyver, era muy apañado y consiguió desmontar la mampara de la ducha para que pudiéramos salir.

Follar no follamos, ni lo intentamos, pero risas después sí cayeron; una vez que yo estaba seca, sana y salva y lo único que quería clavarme era la cola del primo de McGyver otra vez.

Anónimo

 

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