Antes de empezar a contar esta historia hay una cosa que debéis saber: cuando tengo un orgasmo de los buenos, me tiemblan hasta las piernas. No es una exageración ni una forma de hablar. Al parecer respiro tan fuerte que mi corazón bombea oxígeno muy fuerte, haciendo que sienta hormigueos en las puntas de los dedos de pies y manos. Esto sólo me pasa cuando me empotran bien y cuando voy al Primark de Madrid. Ahora que ya sabéis esto de mí, puedo comenzar.

No sé qué tal hará en vuestras ciudades, pero a mi se me derrite el culo cada vez que llego al trabajo. El verano es una mierda, no sé quién piensa lo contrario. En invierno si tienes frío siempre puedes ponerte capas y capas de calefacción o un calentador baratito, pero en verano llega un punto en el que estoy en el sofá desnuda con un ventilador que no hace nada y con una botella de agua en la entrepierna. Soy la sensualidad personificada, ya lo sé.

Cuando ya estaba a punto de morir de pereza y calor, vi que el chico con el que llevaba semanas tonteando me había escrito. Empezamos a hablar y con la tontería decidimos quedar. Cervezas por aquí, un par de pinchos por allá, y acabamos besándonos como adolescentes en la calle mientras una señora mayor nos gritaba “guarros”.

“¿Quieres ir a mi casa?”, preguntó él. Obviamente dije que sí, porque en ese momento mi chumi parecía una lavadora centrifugando a tope.

Caminamos un par de calles y llegamos a su piso. Abrió la puerta y una ola de aire caliente salió de allí como si acabásemos de entrar en el puñetero infierno. Al parecer llevaba todo el santo día con las ventanas cerradas y las persianas subidas de par en par, así que imaginaos el sofocón que hacía allí.

– Uf, qué calor, ¿no?

– Qué va. Yo es que soy un poco friolero.

No os exagero si digo que en esa casa había más de 30º.

Intenté ignorar el calor y pensé que dándonos el lote se me olvidaría que me sudaba hasta la raja del culo. Por suerte el muchacho lo hacía bien. Empezó a empotrarme a lo bestia y poco a poco fui notando ese hormigueo en los dedos del que os hablaba antes. La vista se me emborronó. Los oídos se me taponaron. Las piernas me flaqueaban.

“Joder, este orgasmo va a ser fuerte.”, pensé.

Lo siguiente que recuerdo fue al muchacho gritándome y preguntándome si estaba bien y un dolor de cabeza del copón. Me había desmayado del calor, amigas, y estábamos en una postura un poco complicada así que me di un hostiazo contra su estantería, tirando todos sus Funkos al suelo. No fue bonito, para que nos vamos a engañar.

La ceja me empezó a sangrar y me empecé a acojonar un poquito, así que llamé a un taxi para ir al hospital. Lo suyo habría sido que mi ligue me acompañase, pero cuando llegó el taxi y le miré me dijo:

“Casi que me quedo ordenando los Funkos, que lo de la ceja no es para tanto.”

Así es, chicas. Los putos muñecos cabezudos esos tenían más valor que yo. Total, que me pusieron dos puntos, me dijeron que reposase y mi conciencia me gritó a vivo pulmón “borra el teléfono de ese gilipollas”.

 

Anónimo

 

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