El día de la lotería del año pasado no se me va a olvidar en la vida y no porque me haya tocado el gordo.

Hace un año, la cena de navidad de la empresa terminó en un desayuno privado con el compañero de la mesa de al lado. La noche se había dado bien y ambos habíamos terminado bajo sus sábanas.

Por la mañana, desayunamos, encendió la tele porque él, dijo, siempre veía el sorteo de la lotería y entre el soniquete de los mil euros, nos pusimos tontos y terminamos entregándonos al amor ocasional con los niños de fondo. ¡Y de qué manera!

Los preliminares se alargaron, mucho, ambos nos moríamos de ganas de culminar pero a la vez no queríamos que aquella escena de sexo se terminara nunca.

Nos compenetrábamos tan bien que parecía que llevábamos toda una vida entregándonos a la pasión juntos, era como si en tantas horas de mesa de trabajo compartidas, nos hubiéramos leído en el pensamiento todo aquello que nos gusta hacer y que nos hagan en la cama.

Sin su camisa de chico formal de la oficina se escondía un empotrador que después de correrse a lo bestia sobre mi me estaba lamiendo mis bajos dándome un placer que ni el Satisfayer, oigan.

Así estábamos cuando de repente, paro, se giró hacía la tele y comenzó a gritar que le había tocado.

¿Veis la cara del señor?Pues era la mía en ese momento

¡Ostia tú! Que me estaba comiendo todo el coñamen y a la vez atendiendo a los números que decían los, para mí en ese momento, malditos niños. Yo hacia rato que los había dejado de escuchar así que ante la reacción de él, pensé que habían cantado el gordo y le había tocado. Pero no. Nada más lejos de la realidad.

Que mira tú, que resulta que la niña de los números había cantado el número que juega todos los años con sus amigos y después la niña de los euros había cantado los mil euros y él tenía que irse corriendo al bar de siempre con sus amigos a celebrarlo. A celebrar la pedrea, que oye, está muy bien  pero tanto como para irte de una mañana de sexo…

Se fue corriendo y me dejó en su casa sin tiempo a reaccionar para irme a la vez, así que decidí que irme a la ducha y correrme más que lo que él estuviera corriendo camino al bar.

Os prometo que bajo el agua caliente me entro un ataque de risa al pensar que me había dejado a medias porque le tocó la pedrea.

Anónimo