Follodrama: Me pidió que saludara a ‘su tortuga’

Antes de nada me gustaría dirigirme a los señores que puedan estar leyéndome ahora mismo para hacerles una pregunta: ¿Por qué le ponéis nombre a vuestros penes?

No lo digo a modo de crítica ni vacilando, de verdad que vivo intrigada al respecto. Y pensaréis que, bueno, que hay elementos en la naturaleza que te ponen a huevo la comparativa y que nos encantan los eufemismos, sobre todo si van acompañados de un halo cómico. Pero claro, ese toque humorístico suele estar presente cuando hay confianza, lo cual me parece genial, pero no veo tan normal soltárselo a alguien en una primera cita y de una forma tan inusual como fue en este caso.

Quedé con un tío que era amigo de unos amigos. Nos habían presentado en un cumple y lo típico: alcohol de por medio, tonteo bidireccional… total, que nos acabamos dando nuestros teléfonos y el Instagram. Unas cuantas reacciones con fueguitos más tarde se materializó la esperada pregunta: “¿Te apetece que quedemos este finde para tomar algo?” Yo que llevaba un tiempo sin salir con nadie le dije que yes!, claro que yes

He de decir que, aunque teníamos buen rollo, no habíamos hablado a penas, es decir, conversaciones como tal apenas tuvimos, sino más bien nos enviábamos algún vídeo de algo que hacía alusión a alguna coña de la fiesta y cosas así, de modo que yo, personalmente, no consideraba para nada que tuviéramos confianza de ningún tipo. La cita transcurrió bien, pero sin más. Me caía bien, pero no me volvía loca ni sentía una atracción irrefrenable hacia él. Aun así, como me parecía buen tío y tenía la tranquilidad de que era amigo de gente de mi círculo, no vi mal darle una oportunidad y ver hasta dónde nos llevaba esa cita.

Lo cierto es que la cita en cuestión nos llevó hasta su casa, concretamente, hasta su dormitorio. Él apenas bebió porque tenía que conducir, por lo que el efecto del alcohol no es excusa para que durante todo el camino me dijera con un aura misteriosa: 

―Estoy deseando enseñarte mi tortuga.

tortuga

 Yo, como persona racional que soy, di por hecho que hablaba de un animal. ¿Me sorprendió? No demasiado, porque cualquiera que me conozca sabe que me encantan los animales y que suelo ponerme pesada con el tema, así que no le di importancia. Al llegar a su casa, de nuevo, me volvió a soltar lo de la tortuga. Yo que soy de naturaleza espontánea le solté algo así como:

― Pues venga, hombre, tanto misterio con la tortuga, voy a saludarla. A ver, enséñamela. ¿Dónde la tienes?

El tío me miró entre extrañado y satisfecho, se bajó el pantalón, lo gayumbos, se agarró todo el paquete y mirando hacia mí dijo:

― Aquí mismo.

Yo me quedé bastante rayada porque no me esperaba esa reacción. Lo curioso es que, aunque jamás había asociado un pene a una tortuga, de la forma en la que se agarró los testículos y colocó el pene, sí que se parecía un poco al caparazón de una tortuga con la cabeza asomando. 

Drama como tal no hubo, porque después de dejarme pillada me eché a reír y acabamos charlando de buen rollo y bebiendo una copa. No hubo polvo, pero sí roce intenso. Nunca más le vi la tortuga.

 

Anónimo