Bueno amiguis, con la llegada de las Navidades he querido rescatar la historia más trambólica que me ha pasado en mi vida. Coged palomitas, una coca-cola zero y preparaos para leer el follodrama de mi vida.

Sábado en pleno diciembre. Era una tarde de frío invernal en la estepa castellana y yo, Carmenchu, me puse mis botas nuevas de tachuelas, unas medias tan gordas que si me clavasen un cuchillo no lo notaría, y un abrigo rojo que me regaló mi abuela por mi cumpleaños.

Salgo de casa y me dirijo a la Plaza Mayor, dónde me espera mi buena amiga Mari. Dos besos, un abrazo y la típica pregunta:

“¿Qué hacemos? ¿Dónde vamos? Puto frío. Decide tú.”

Nos pasamos 15 minutos debatiendo dónde ir para acabar en el mismo bar de siempre tomando la misma bebida de siempre y contando las mismas historias de siempre, pero descojonándonos de la risa como si fuese la primera vez. Supongo que eso es la amistad.

Íbamos ya un poco achispadas por la cerveza y Mari me pide que le acompañe a un centro comercial a comprar un regalo para su sobrina, que es su cumpleaños. Trasladamos el campamento y cuando llegamos al centro comercial nos encontramos con un espectáculo navideño: Los Reyes Magos de Oriente han llegado a nuestra ciudad. Qué bonitos los niños llorando de emoción, los abuelos robando los caramelos a sus nietos, la cara de “por qué no usé condón” de algunas madres… Espíritu festivo en estado puro.

Alzo la vista entre tanto mocoso y me fijo en la monarquía mágica: Gaspar, Melchor y Baltasar, cuando…

“Carmenchu, tía… Mira al Baltasar, que no es negro tía, que está pintado. Qué cutres.”

“¿No te recuerda a…?”

“Coño, pero si se parece un montón a Pepe.”

Como os estaréis imaginando, Pepe era un chico del instituto que no tenía “cuerpazo” (o lo que cada uno considere por cuerpazo) y tampoco era un “bellezón” (o lo que cada uno considere bellezón), pero me ponía muchísimo. Yo nunca se lo dije porque por aquel entonces me veía más fea que una nevera por detrás, pero siempre arrastre un amor platónico hacia él. En la fiesta de fin de curso salimos toda la clase, nos emborrachamos y Pepe y yo acabamos enrollándonos al lado de unos contenedores, pero los hielos de las copas me sentaron mal y acabé potando sus zapatos (no tuvo nada que ver la borrachera que llevaba…). Después él se fue a estudiar a Barcelona, yo me fui a Salamanca y aquí acabó la historia.

Me imaginé que esto era una señal, como la estrella polar iluminando el camino hacia el niño Jesús. Sí, era Pepe, buscamos su Facebook y estaba claro que la cara era la misma, aunque llevase ocho kilos de pintura negra.

Con todo el cachondeo del mundo y las cervezas de más me puse a hacer cola para sentarme en el regazo de mi Rey Mago favorito y pedirle un regalo. Cogí una carta de estas que ponen para que los niños pidan sus cositas y un plastidecor rosa y escribí mi nombre y mi número.

La suerte no estaba de mi lado y me tocó Melchor. No pasa nada, pensé. Le dije que lo que quería por navidad es que le diese mi número a su compañero Baltasar. Melchor se rio, me dijo que vale, le di la carta y fuimos a comprar el regalo de la sobrina de mi amiga. Después nos despedimos y cada una se fue a su casa.

Estaba cenando cuando de repente me sonó el móvil. Era un mensaje de un número que no conocía, obviamente Pepe. Me dijo que estaba saliendo ahora del trabajito navideño, que había flipado bastante cuando su compañero le dio la carta y que si quería quedar para tomar algo. Estaba tan cómoda y calentita en mi casa que me dio toda la pereza salir, así que le invité a venir.

Sorpresa cuando llaman al timbre y veo que sube vestido de Baltasar. Qué descojone más grande. Yo me imaginaba que el muchacho se habría quitado el traje en el baño del centro comercial o yo que sé, pero no, venía con la capa, el gorrito y la pintura en la cara. Sólo faltaba un paje que nos aplaudiese mientras follábamos.

Efectivamente nos enrollamos. Me besó, le besé y me empezó a comer la parrusa. TODO ESTO SIN QUITARSE EL DISFRAZ. Qué queréis que os diga, llego un punto en el que yo estaba hasta cachonda. Ahora lo pienso y no sé cómo no me descojoné lo más grande, porque de comerme el coñet se le había emborronado todo el maquillaje de la boca y parecía el protagonista de la versión del top manta de El Zorro.

Total, que hicimos de todo durante horas, y con toda la educación del mundo le invité a quedarse a dormir, a lo que él accedió.

Amanecí con Pepe a mi ladito en la cama, más guapo que todas las cosas con el maquillaje corrido. Y en este momento yo me fui a duchar, y aquí es cuando llegó el drama de la historia, porque hasta ahora había mucho follisqueo y pocos traumas…

El maquillaje negro baratucho que compró en el Todo a 100 del barrio me había hecho reacción alérgica, y entre que me había depilado el coñete esa semana y que mi piel es EXTREMADAMENTE sensible, tenía eso que parecía una bola de navidad roja. Os prometo que del escozor que tenía no podía no andar. Me entraron los siete males y desperté a Pepe, que amablemente fue a una farmacia vestido de Baltasar (pero ya sin nada de maquillaje) y me trajo una pomada.

Moraleja: si a Baltasar te quieres follar, el maquillaje le has de quitar.

Eso sí, la historia acabó muy bien, porque Pepe encontró un trabajo en la ciudad y acabamos juntos. Este año le diré que se disfrace de Papá Noel.

 

Anónimo

 

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