Follodrama: mi trauma con El señor de los anillos

No me gusta El señor de los anillos. Es una realidad. Tengo hasta trauma. No he sentido curiosidad por los libros ni tampoco por las películas. Aún habiendo adorado el género fantástico en todas sus formas y colores, siempre se me hizo bola esta historia de bichos huesudos con pelo pobre y árboles que hablan en slowmo (mo-mo-mo). Pero por alguna trágica razón me he pasado media vida saliendo con tíos que eran muy fan. Fan de póster. Fan nivel: si vas a Toledo tráeme una réplica de la espada de Aragorn. Ok. Esta historia es, en realidad, tres relatos en uno que tienen el común el folleteo y la saga de marras.

Allá por 2007 empecé a salir con mi primer novio. Era de los que hablaba usando referencias del tipo “Es mío, mi tesoro” o “No puedes pasar”. Si me encuentro un tío así ahora salgo a correr, pero en aquella época era normal. Me dijo de venir a casa a ver una peli aprovechando que mis padres estaban fuera. Yo di por sentado que ver una peli era el eufemismo para echar un kiki en el sofá (Yas!) Vino con el pack de las tres películas con intención de ver “las que dieran tiempo”

¿Me lo esperaba? Claramente, no, me había puesto mis mejores bragas de Hello Kitty. ¿Conseguí llevármelo a mi terreno? Parcialmente. Acabamos metiéndonos mano y lo distraje en varias ocasiones, hasta el punto de acabar encima suya a horcajadas. Lástima que empezase no sé qué batalla superimportante y, bueno, me hice unas palomitas.

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Habiendo comprobado que la historia no me enganchaba en absoluto y habiéndome quedado a medias ya una vez, tuve la mala suerte de tener un follamigo cortado por el mismo patrón. Este chico no me puso las pelis (básicamente porque ya le advertí de no hacerlo), pero sí que se puso intenso después de un polvo, nivel, regalarme un broche de una hoja cuyo nombre no recuerdo ―no me apetece googlear― pero que simbolizaba algo muy top en El señor de los anillos. Me hizo colocármelo en la solapa del abrigo porque, según él, así seguiríamos conectados y que, además, todos sus amigos tenían uno igual, etc. A mí tanta intensidad me abruma. 

Poco tiempo después del chico del broche, conocí a otro con el que salí en serio. También muy fan de la dichosa saga, pero esta vez parecía lo suficientemente maduro para entender que no teníamos por qué coincidir en todo y no pasaba nada. Hasta que un buen día le entró el gusanillo de hacer una maratón conmigo. ¿Por qué? Porque seguramente quisiera torturarme, no se me ocurre otra explicación. Tenía muchos amigos con los que hacer este plan, pero le pareció buena idea hacerlo conmigo y como nos había pillado en un momento de crisis no quise rebatirle mucho por miedo a tener otra discusión. 

¿Hubo algo peor que tenerme que tragar unas cuatro horas de metraje de algo que me da tal trauma? (fueron las horas que duré despierta, ojo, él se las vio todas). Lo hubo. Me confesó que su insistencia por ponerme las películas era que yo viera el estilismo de las elfas porque le ponía mucho y quería que me vistiera de algo así. Me morí con la excusa.

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Algo que se resolvía fácilmente bicheando en internet no era motivo para torturarme, estaba claro que andaba resentido y me la quiso colar. No habría cedido de no haberme visto en mitad de un pueblo perdido de la mano de Dios sin opción a volverme a casa. 

Yo no sé por qué habré tenido ese imán para fervientes amantes de Frodo & Co. La conclusión a la que llego es que podría crear un grupo de WhatsApp para que se conozcan y queden para hacer maratones de mi trauma: Ex de Ele Mandarina (emoji de mago) (emoji de anillo) (emoji montaña). Me salgo y que se pongan de acuerdo. “Cuenta con mi casa.” “Y con mis DVDs en versión extendida.” “Y con mi máquina de hacer palomitas.”

 

ELE MANDARINA