¡Hola hola mis chicxs!

Hace un tiempo que conozco esta página. ¡Cuánto le agradezco a mi amiga que me la haya recomendado! He reflexionado con ustedes, he empatizado y me he sentido identificada con muchas historias y por supuesto también me reído muchísimo. En compensación a todo lo vivido, tengo que contarles un follodrama de película para que se rían ustedes también. 

¡Lástima que yo no supiera que aquello iba a ser tan penoso! De saberlo, les juro que lo habría grabado porque hay cosas que no se pueden explicar con palabras. 

¡EMPECEMOS!

Verano de 2018. Me voy un día de playa para el sur de mi isla con una amiga y su familia.  Todo pintaba ideal. A eso de las diez de la mañana empezaron a andar por la playa negros vendiendo diferentes artículos (¡que no se alarme ninguna por decir “negro”. A ellos no les parece despectivo y posiblemente yo sea la persona a la que más cachonda le pongan).

Todo en orden hasta que se acerca Ongombo (llamémoslo así). ¡Fuerte hombre guapo, merys! Me quedé babeando en el minuto uno y parece que él también conmigo. El día prometía. Inmediatamente se tumbó conmigo en la toalla.  

PRIMERA ANÉCDOTA: ¡Apenas hablaba español! Lo de comunicarnos se convirtió en toda una odisea, pero eso parecía ser lo de menos porque nos devorábamos con la mirada. A él le parecía que le importaba a un poco más, así que llamó a un amigo suyo que llevaba más tiempo en la isla. Es decir, me vi en un momentito rodeada de dos machotes: uno que me quería empotrar y otro que me traducía. 

Para resumir: pasamos el día entero metiéndonos mano a escondidas en el agua, en la arena y en mil rincones por el contexto familiar en que estábamos, pero claro … ¡aquello no podía quedar así! 

Habíamos ido a la playa en mi coche, así que tenía que llevar a la familia de regreso a casa y luego volver a por él. Sí, sé que pensaréis que es una locura. Él no tenía coche y yo tenía ganas  de una noche loca de folleteo, así que decidí llevármelo a casa (¡casi noventa kilómetros de distancia una vez más!) Hago el proceso y voy a por él de vuelta. Se había puesto guapísimo para la ocasión. Lo recojo y comenzamos el trayecto a casa.  Una hora de camino casi sin hablar por aquello del idioma. Por fin llegamos a casa, nos comimos unos trozos de pizza a la velocidad de la luz y empezaba la faena. 

¡EMPIEZA LA CATÁSTROFE! 

Le digo que me voy a dar una ducha y se empeña en ir conmigo. A pesar de que no me apetecía ni un fisco, accedo. Entramos en la bañera y  se sienta directamente en el suelo en bolas con aquello tieso mirando para mí. Les juro que no entendía nada y… ¡Mira que lo intenté! Después de muchas idas y venidas en un intento de comunicarnos, decidió que era buena idea bañarme. SÍ, BAÑARME. ¡Me quitó toda la mierda acumulada durante toda mi vida! ¡Cómo estregaba ese hombre, y no precisamente  en el buen sentido de la palabra! Evidentemente, el lívido se me fue por el desagüe. Imagínense a alguien bañando una gallina. Así éramos nosotros. 

Decido abortar misión e irnos directamente a la cama. Lo vi un poco perdido, así que le indiqué que se tumbara y decidí empezar yo. Se acostó. Le di un beso en la boca y otro en el cuello y cuando bajaba dispuesta a darlo todo en el pilón… ¡ERROR! ¡YA ONGOMBO SE HABÍA CORRIDO! ¿CÓMO PODÍA SER ESO SI NI SIQUIERA LE HABÍA TOCADO?

Desde aquel día quedó conmemorado como el eyaculador más precoz de la historia de la humanidad. Intenté comprender que llevábamos un calentón grande, así que le indico que me tocaba a mí con la intensión de proseguir. Ongombo, más perdido que un pulpo en un garaje, después de mil indicaciones intentó hacerme un cunnilingus (¡No hay nada en este mundo que me guste más!) ¡MAAAAAAAADRE DEL AMOR HERMOOOOOSOO! ¡QUÉ DOLOOOOR! Yo no sé si era la primera vez que lo hacía o es que tenía un agujero negro por boca. Sí chicxs, lo que aparentaba ser una noche de pasión desenfrenada casi termina siendo el funeral de mi clítoris. No se me ocurre follodrama peor.  Lo triste es que la cosa no termina ahí. Después de intentar penetración y que aquello no se levantara ni con un andamio, decidí darme la vuelta y dormir. 

Como a la hora y algo, yo con el sueño a medias, siento que el hombre se me tira encima cual salto de la lagartija intentando penetrarme como un loco. Evidentemente yo decía que no (¡SI YO NO ERA NI PERSONA!) Él insistía e insistía mientras hacía sonidos salvajes indescifrables hasta que me enfadé y le dije que se vistiera que nos íbamos. 

Hice otra vez los casi noventa kilómetros para dejarlo de vuelta en su casa. En el camino el silencio volvía a ser el protagonista, pero esta vez el ambiente se podía cortar con un cuchillo. Lo dejé en su casa y me marché. 

A las cinco de la mañana estaba sola sentada en un bar de camioneros, con cuarenta euros menos que había gastado en gasolina, con dolor grande de clítoris y de ovarios por tener mínimo cinco orgasmos contenidos. Eso sí, aprendí la lección: hay que especificar bien cuando una desea una noche de sexo salvaje y desenfrenado. 

Pd: Espero que se hayan reído al leerla como yo al contarla. ¡Y por cierto! Ongombo me siguió llamando muuuucho tiempo, pero… ¿qué quieren que les diga? Valoro mucho mi clítoris. 

Firmado: la anónima que aprendió la lección de que el cacao puro no siempre es saludable.