Follodrama: el peor polvo de mi vida

 

Todas tenemos manchas negras en nuestra vida, parejas o follamigos a los que es mejor no nombrar —como a Voldemort—, y experiencias que querríamos borrar del libro de nuestra vida. Pero también sé que a todas nos encanta compartir estas experiencias y chismorrear sobre ello para no sentirnos tan desgraciadas y solas. Así que he decidido abrirme de par en par —no literalmente, por favor, no penséis mal, que aunque adore el terror, más adoro mi integridad física— y contaros el peor polvo de mi vida, porque además de malo, es que me dejó con una sensación de vacío y de no saber qué coño hacer, que cuando pienso en ello ahora, me río imaginando la cara de idiota que debí poner.

Os pongo en situación. Veintipocos años, soltera, en la universidad y con un círculo de amigos un poco pequeño. Aun así, yo era un poco malota y de vez en cuando me saltaba las clases de la universidad para irme a ver a un amigo que, en esa época, trabajaba a tiempo parcial. Teníamos cosas en común, era divertido, y oye, aunque no era mi tipo, pues el tonteo siempre estaba un poco en el aire. Sobre todo porque me sentía muy a gusto a su lado. Y, para qué engañarnos, yo que era una chica en su caparazón, y tras haber terminado una relación de dos años bastante mala, sentir que un chico me hacía caso me levantaba el ánimo.

Nos conocíamos muy bien, me había contado experiencias que había tenido con sus exparejas, que también había tenido mala suerte el chico, yo le había contado el tema de mi ex… Y él la verdad es que solía echarse bastantes flores diciendo que sus novias siempre estaban muy contestas con él porque era romántico, dulce, y por lo visto un fiera en la cama.

Total, que uno de esos días en los que decidí no ir a clase y quedar con él, fui hasta donde vivía para echar unas partidas a la consola. Yo en esa época ni siquiera tenía consola, estaba ahorrando todavía para hacerme con una, así que su casa también era un paraíso. Nos lo pasábamos como enanos jugando, hablando de juegos en línea —que en esa época yo estaba súper enganchada al Ragnarok Online—, o hablando de cómics y libros. Y ese día, cuando llegué a su casa, resultó que estaba solo. No era raro que sus padres no estuvieran, los dos trabajaban, pero ese día tampoco estaban sus hermanas, así que íbamos a estar mucho más tranquilos.

Y así fue. En cuanto llegué nos sentamos a hablar, a jugar un poco a la consola, a contarnos cosas… Y poco a poco, una cosa fue llevando a la otra, y nos empezamos a besar. La temperatura empezó a subir, yo estaba ya más caliente que el palo de un churrero, porque además llevaba tiempo a dos velas, él también parecía tener ganas de ir más allá y al final nos acabamos desnudando y poniéndonos al tema. Me hizo daño al entrar, pero pensé que bueno, era la primera vez juntos, teníamos que calibrarnos, y tampoco había sido demasiado, solo una molestia. Pero mi sorpresa, y no buena, fue que duró dos minutos. 

Dos. Malditos. Minutos.

O sea, vamos a ver, ¿dices que eres un fiera en la cama y me duras dos minutos? ¿En serio? Claro, el tío, bufando como un jabalí en medio de una carrera de obstáculos, a los dos minutos se cae sobre mí, quedándose quieto como una estatua y diciendo «buah, increíble… increíble», mientras yo intentaba entender lo que estaba pasando. Pero lo peor no fue eso, que al fin y al cabo a todos nos puede pasar. Si yo en ese punto ya me sentía un poco decepcionada —y, por supuesto, el calentón había desaparecido de golpe—, me sentí todavía peor cuando el tío se levanta sin decir nada, se quita el condón, ¡y se pira al baño! ¡Dejándome a mí aún procesando las cosas, desnuda en su cama, y sola! 

Os juro que en ese momento me sentí hasta sucia, como si me hubiera usado en plan muñeca hinchable. Claro, cerré los ojos y pensé: «bueno, Nari, a lo mejor al chico ahora le han entrado ganas de ir al baño, que a las chicas también nos pasa, quizá vuelva ahora…». Pero no, porque lo que se escuchó en el incómodo silencio de la casa fue la ducha. La maldita ducha. Se había acabado.

Con la poca dignidad que sentía que me quedaba en ese momento tras haberme sentido como un juguetito sexual, me vestí y me senté a esperar a que regresara. Os juro que pensé en coger mis cosas y largarme sin decir nada, pero en esa época aún tenía miedo hasta de mí misma, y obviamente no iba a crear una situación violenta para los dos. Él volvió satisfecho, diciendo que había estado la mar de bien, con el pelo aún mojado y la ropa limpia. Claro, cuando me preguntó si quería que comiéramos juntos, le dije que no, que tenía que irme. Y cuando me dijo de repetir, no pude evitarlo, me reí, y le dije que mejor no. Ahí sí que no pude evitarlo.

Y, por supuesto, no, no volvió a pasar. Y la verdad es que dejamos de vernos con la misma asiduidad hasta que, simplemente, ya ni nos llamamos. Y a día de hoy, años después, puedo confirmar que ha sido el peor polvo de mi vida, y la experiencia en la que me he sentido más violenta de toda mi vida.

 

Nari Springfield.