Después de contar esta historia a mis amigas en la cena navideña me han obligado a escribir un follodrama y enviarlo, y es que no es para menos.

Todo sucedió una fría noche en Manchester, donde yo vivo y trabajo desde hace 5 años. Allí no me puedo quejar. Tengo un grupo de amigos maravillosos que me apoyan y que se han convertido en mi familia, un trabajo que me encanta y un piso pequeñito pero súper bonito en el que me siento como en casa. Lo único que me falla, según mi familia, es que no tengo novio, y es que viendo el percal es NORMAL.

Salí de fiesta con mis colegas. Lo de siempre, unas pintas de cerveza y para casa. Reímos, hablamos y de repente un chico viene y me dice:

“Excuse me, are you british?”

Me acojoné un poco porque con toda la movida del Brexit pensé que habían notado que era de fuera y me iban a soltar algún comentario racista (cosa que no me había pasado jamás, pero bueno, el miedo estaba ahí). Le dije que era de España.

“Coño, ya me parecía a mí. Yo también. ¿De qué parte?”

Y empezamos a hablar del chorizo, de la morcilla de Burgos, del cocido, del cochinillo y de las maravillas gastronómicas que tanto echábamos de menos. Y de la morcilla pasamos a besarnos, porque él estaba de buen ver y yo estaba muy cachonda.

La cosa fue a más y bebimos como si fuese nuestro último día en La Tierra. Y sí, acabamos en su casa desnudos y haciéndolo.

Él me comió a lo bestia y yo me corrí, y como no hay nada que me guste tanto como una buena polla me giré bruscamente y me vine arriba. Le empecé a comer todo el rabo como si fuese de toro y de repente, en un movimiento brusco…

Puag. Eché la pota.

Sí, le vomité en la polla. Tropezones de la pizza que me había cenado. Pepperoni en su rabo. Tomate en sus huevos. Una obra de arte abstracto.

Él no notó que había potado, pero sí que se dio cuenta de que había parado de comérsela. Se incorporó y vio todo el percal, y lo peor vino ahora…

Yo estaba con cara de “por favor tierra trágame y échame en un pueblo de Murcia en el que no conozca a nadie”, y él puso cara de “hostia tía cómo me pones” y empezó a hacerse una paja usando el vómito como lubricante.

Lo siento si soy muy explícita u os da asco, pero imaginaos a mí que estaba viviendo todo esto. Y nada, tras dos movimientos de mano se corrió. Todo esto conmigo ojiplática mirando sin poderme creer del todo lo que estaba pasando.

Cuando recobró la compostura me dijo que había sido el mejor día de su vida, que no lo hacía así desde que vivía en Manchester y que le ponían todas estas cosas bizarras. Yo asentí, sonreí (o eso creo, porque igual se me quedó cara de muerta) y me fui para vomitar en mi casa, que me daba miedo que este muchacho me obligase a potar en un tupper para usarlo en futuras ocasiones.

 

Laura

 

Envíanos tus follodramas a [email protected]