¿Existen los follodramas con final feliz? Pues ojo, spolier alert, este es uno de ellos. Y no porque juntos comiéramos perdices ni nada de eso, sino porque al menos en lo que fue aquella noche de folleteo y desenfreno no nos fue nada mal.

Os pongo un poco en antecedentes. Cena de empresa. Vale, lo sé, suena a cliché de esos en los que ‘oh! Qué original! Te zumbaste a un compañero…‘ no no no, dejadme que me explique. Repito, cena de empresa. Tan solo llevaba dos semanas trabajando en esa oficina y no conocía muy bien a nadie, al menos a nadie que no fuera Jose el del correo o María la de la cafetería. A mí es que me cuesta un poco eso de hacerme a la gente.

El caso es que cuando leí en el tablón de avisos que la cena se celebraría en un restaurante ultra molón y que todo corría a cargo del jefe me hicieron los ojos chiribitas. Amo, pero amo con mucha fuerza, la comida y la gastronomía en general. Pero mi pobre sueldo de mileurista no me permite ir más allá de algún tapeo sencillo de vez en cuando. Sin lugar a dudas mi nueva empresa iba a hacerme uno de los regalos del año.

Y por lo tanto esa noche me arreglé como era debido y me dispuse a llegar puntual al lugar en el que nos recogería un autobús. Hacía un frío que pelaba y yo con un finísimo vestidito negro de gasa, unas medias cero tupidas y un abrigo de felpa muy mono pero nada adecuado para aquellas temperaturas. Me sentía los pezones apuntando como los faros de un camión, y allí no llegaba nadie. Llegué a pensar que me había confundido y que quedaría como la pringada de turno, pero a los pocos minutos vi acercarse a un hombre que sin duda me sonaba de la oficina.

Silencioso se acercó a menos de un metro de donde yo estaba y empezó a mirarme como medio de reojo. Se le notaba que quería hablarme pero que no se atrevía. Vaya dos por favor, qué cuadro. Entonces ya algo nerviosa por tanta mirada y tanta leche fui yo la que lo saludó sonriente.

  • Que llevaba yo un rato pensando si eras o no del trabajo…‘ me preguntó él.
  • Sí claro, tu mesa y la mía no están muy lejos, ¿eres Juan, no?‘ le respondí segura y quedando como un crack de las relaciones sociales (cosa que no soy en absoluto).

Pues así fue como Juan y una servidora nos pusimos a hablar y a esperar a la gente. No es que fuésemos muchos en la empresa, pero quedaba claro que el resto estaban tomándose la primera todos juntos y que nosotros éramos los parias del curro. Para qué nos íbamos a engañar, pero al menos no estábamos solos. Él me comentó que había entrado a trabajar en la empresa poco antes que yo y que por eso no conocía demasiado a los compañeros. Y en medio de toda esa explicación de lo más normal me soltó un dato completamente inesperado…

  • Todavía no soy muy conocido en la plantilla, pero hoy tengo un plan infalible que los va a dejar a todos KO‘. Y mientras soltaba aquella frase se reía como para sus adentros haciéndome sentir un pelín asustada.

Ya os digo que Juan no me pareció para nada mal chico, un poco rarete en algunas cosas que dijo, pero más friki que otra cosa. Incluso se me hacía un tío atractivo así alto y grandote como a mí siempre me habían gustado. No tenía yo en mente nada especial aquella noche pero llegado un punto si me tenía que poner tontita con alguien lo mismo Juan no era una mala opción.

Al rato llegaron, como imaginábamos, el resto de la plantilla ya algo perjudicados. Subimos al autobús y nos pusimos rumbo al chic restaurante que tantas ganas tenía de catar.

Os resumiré la cena en una frase: comida brutal y vino, mucho mucho vino. Habían tenido a bien ponernos en un reservado e hicimos lo que nos dio la gana y más. A la gente de mi oficina se le iba la olla una pasada y yo gracias al alcohol que llevaba en la sangre, me vine arriba rápidamente. Fueron risas tras risas.

Cuando acabábamos de terminar el postre vi que mi colega Juan se desabrochaba la chaqueta para dejar al aire un jersey horrible con motivos navideños. No entiendo cómo no se había asfixiado ahí dentro, pero la cuestión es que en el momento que dejó a la vista aquel horripilante árbol de Navidad se subió a su silla y pidió silencio para proceder con el encendido navideño.

Allí todos nos quedamos pasmados (y creo que todos pensamos que se le había pirado la pinza o algo) pero entonces hizo un movimiento con la mano y pudimos ver cómo aquel jersey se iluminaba bolita a bolita. Unos aplaudieron, otras nos reímos a carcajada limpia y otros lo llamaron crack. Aquella era sin duda su sorpresa, menudo friki estaba hecho Juan.

Después de cenar, por si no había sido suficiente, teníamos barra libre en el mismo lugar. Perdí la cuenta de la cantidad de gin tonics que me bebí y de los cigarrillos que me fumé cuando odio el tabaco. Pensaba en lo mal que me iba a encontrar al día siguiente pero me estaba divirtiendo tantísimo que no quería que la noche terminara nunca.

En uno de esos pitillos clandestinos que le estaba robando a una compañera me crucé con Juan en la puerta del restaurante. Yo iba camino del jardín y le pedí que me acompañara. Allí estaba él con su jersey horterísima, casi tan borracho como yo, sin poder dejar de reír ni un solo segundo.

  • Oye Juan, ahora que me fijo, se te han apagado las bolitas…‘ dije señalando el árbol de lanilla.
  • Claro mujer, es que mis bolas no se iluminan para cualquiera…

¿Pero aquello qué era? Estaba claro que Juan quería tema y yo iba a morder el anzuelo porque me apetecía una barbaridad. Sin pensármelo dos veces apagué el cigarro y agarré a mi compañero de la mano para llevármelo a la parte trasera y oscura del jardín. Entonces empecé a comerle la boca sin parar.

Juan agarraba mi cintura con fuerza y la pegaba contra su cuerpo. Yo me estaba poniendo a mil y pasaba mis manos por su cuello mientras le pedía que me metiese mano. Mi cuerpo pedía a gritos un ‘aquí te pillo aquí te mato’ allí mismo, entre los setos súper preciosos del jardín. No teníamos a nadie alrededor y fui bajando con mis manos hasta su entrepierna para juguetear un rato.

Menudo pollón tenía Juan, amigas, aquello sí que era un regalito navideño y no los calcetines que me regalaba mi madre. Bajé con mi boca y, escondida tras las hiervas, me puse a chupar como una descosida mientras miraba la cara de Juan que lo gozaba lo más grande. Y entonces, mientras yo seguía allí en cuclillas con su polla en la boca, escuché una voz.

  • ¡Juaaaaaan, máquina, deja de mear los setos y enciéndete las luces!‘ Otro de nuestros compañeros lo vacilaba desde lejos.

Entonces él volvió a meter su mano en el interior del jersey y de repente las bolitas alumbraron aquella mamada clandestina. Cuando vi que no había nadie cerca me levanté y buscando el ángulo muerto me apoyé en un árbol dejando que Juan me penetrase por detrás. Me había bajado las medias hasta las rodillas y no sentía frío para nada. Juan lo daba absolutamente todo mientras con sus manos jugaba con mi clítoris con muchísima maestría.

Pasados unos minutos, así como cantaba Eva Amaral ‘será el champán, será el licor, serán las luces (en este caso, de un jersey)…‘ se me fue el santo al cielo y mi cuerpo gimió como un animal en celo. Incluso mi compañero frenó en seco del susto, y yo ni cuenta me di de que me estaba corriendo contra aquel árbol olvidando totalmente que a nuestro alrededor podía haber gente.

  • Ostia Juan tío, ¿qué haces detrás de ese árbol?‘ escuchamos de repente y yo me dejé caer al suelo para esconderme de nuevo bajo los setos. ‘Si es que vi antes unas luces moviéndose pa´lante y pa´tras y parecía que estabas follando, cabrón…

Juan seguía mudo y fue cuando se dio cuenta de que continuaba llevando el jersey encendido. Solo reía y saludaba con la mano intentando taparse la minga todo lo que podía. La distancia al menos hacía que fuese difícil interpretar lo que de verdad estaba pasando, gracias a mi traje negro a mí nadie me había visto.

Después mi colega se tiró al suelo a mi lado y allí, como buenamente pudimos, terminamos la faena ahora sí sin atrezzo lumínico y en algo más de silencio. Ese jersey que de entrada me había parecido una atrocidad a la moda de pronto me ponía muchísimo. Pasé toda la noche y buena parte del día siguiente rememorando la estampa de Juan con el culo al aire y el árbol iluminado dándomelo todo.

Desde aquella noche no puedo dejar de repetirlo una y otra vez: ‘Vaya par de bolitas las de Juan…

 

Anónimo

 

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