A lo largo de mi vida he tenido encuentros sexuales de los más variopintos. Unos mejores que otros, como todo, pero sólo un follodrama me llevó directa a urgencias.

Todo empezó una calurosa y sofocante tarde de Agosto. Como en la mayoría de las ciudades de la península, hacía un calor sofocante. De esos que sólo te dejan estar todo el día pegada ante el ventilador y medio desnuda.  Así que de esa guisa me encontraba yo en el apartamento de Alicante de mis padres.

Los que tenéis apartamentos de veraneo desde la infancia, seguro que tendréis vuestro grupo de amigos de los apartamentos (Igual que tenemos los del pueblo, los del camping, etc.). Pues bien, el mío era muy variopinto, y a parte de llevarnos genial, tenía a Pedro. Dios mío cómo estaba Pedro. No hace falta decir que me volvía loca desde la infancia. Y es que un morenazo de ojos verdes como ese, no pasa desapercibido.

Los astros quisieron que ese verano coincidiéramos los dos sin pareja estable, por lo que nos abandonados al placer de revolcarnos cada vez que teníamos ocasión. Y como nuestros padres se llevaban muy bien, siempre teníamos uno de los apartamentos libres para nuestros encuentros. Hasta esa fatídica tarde de Agosto en que se me acabó el verano, el fornicio y la dignidad.

Estábamos viendo una película cuando me levanté a la cocina para ir a coger un helado, y cuando vi que mi madre había comprado pirulos, pensé en provocar un rato a Pedro. La situación era de lo más caliente. Yo en bragas comiéndome el pirulo como si no hubiera un mañana y Pedro mirándome con cara de: Te voy a reventar. Empiezo a jugar con el pirulo por todo mi cuerpo para provocar cada vez más, y no se me ocurre otra cosa, en mi momento de excitación máximo, que ir directa a introducirlo por el coño.

En ese momento Pedro se me abalanzó y me empotró en el sofá. Y  yo estaba encantada dándolo todo. Hasta que llegó el momento en que eso empezó a doler. Y  siguió doliendo tanto que tuve que parar porque no aguantaba más los pinchazos que sentía. Intenté relajarme y esperar si el dolor cesaba. Pero cada vez iba a más y casi no podía ni moverme. Pedro empezó a preocuparse e insistió en llevarme a urgencias. Y a pesar de intentar evitarlo, finalmente no aguanté más y me subí en el coche con él.

Cuando llegamos me hicieron varias pruebas y me dejaron entrever que seguramente se trataba de una enfermedad de transmisión sexual, pero la sorpresa vino con los resultados. Y es que habían visto que tenía el interior de la vagina con heridas, como si fueran pequeñas quemaduras. Imaginaos mi careto y el de Pedro. Los dos miramos directamente a su pene y el pobre ya se estaba bajando los pantalones para examinarse cuando la enfermera nos paró en seco.

  • No creo que sea por él. ¿Habéis introducido algún otro objeto en la vagina que lo haya podido provocar?

En ese momento no os podéis imaginar mi cara de vergüenza. Roja como un tomate empecé a llorar como una  niña pequeña mientras Pedro explicaba a la enfermera mi numerito del pirulo. Pues sí chicas, resulta que me abrasé la vagina con el puto pirulo. Y es que algo tan frío con una zona tan caliente y delicada como las paredes de la vagina, tiene ese efecto.

Ahora me río de mi ocurrencia con mis amigas, pero os aseguro que he aprendido la lección. En mi chichi entrada exclusiva a penes o juguetes sexuales.

 

Anónimo

 

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