Dicen que la Noche de Reyes es un día plagado de emoción, nervios a flor de piel, felicidad y sensación de unidad en la familia. En mi caso no fue así NI DE LEJOS.

Me presento: soy Sara, tengo 35 años y dos hijos. La mayor tiene 9 añitos y el pequeño tiene 5. Pese a los pequeños momentos de “POR QUÉ DECIDÍ TENER HIJOS, ME QUIERO FUGAR CON EL PROTAGONISTA DE THE WITCHER” todo va bien. Mi marido y yo formamos un buen equipo y desde el primer minuto hemos confiado el uno en el otro, algo fundamental cuando hay churumbeles de por medio. Vamos, que somos una familia normal con sus dramas y sus momentos tiernos.

Mi hija se enteró el año pasado de que los Reyes eran los padres. Al parecer un niño de su clase descubrió el pastel y la noticia se propagó como la gripe. Por suerte se lo tomó muy bien y este año decidió que quería participar en la tradición. ¿Cómo? Haciéndole un regalo a su hermanito. El gesto nos enterneció muchísimo y durante todo noviembre la niña se rebanó los sesos pensando qué le podía hacer ilusión al peque de la casa. Finalmente decidió comprarle un muñeco más feo que una nevera por detrás, pero que le hacía gracia.

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Pasaron los días y a mediados de diciembre ya teníamos todos los regalos de la lista comprados. Abuelos, tíos, sobrinos, niños y pareja. Un paquete para cada uno. No era nada carísimo, solamente un regalo bien pensado por cabeza. Total, que nos despreocupamos y empezamos a disfrutar de la Navidad.

En nuestra familia tenemos una tradición, y es dejar todos los regalos en casa de mis padres. La mañana de Reyes todos los niños de la familia y los mayores nos reunimos allí, comemos roscón y abrimos los paquetes emocionadísimos.

Los días pasaron y en un abrir y cerrar de ojos ya era 5 de diciembre, cuando de repente a las 22:00 llegó el DRAMA.

“¡MAMÁAAAAA!, ¡MAMÁAAAAA!”

Aparece en el salón mi hija llorando como si se hubiese roto el hueso del culo.

“Ay cariño, ¿qué ha pasado?”

“¡QUE NO HE LLEVADO EL REGALO DE JAVI A CASA DE LOS ABUELOS!”

Resulta que había guardado el regalo detrás de una estantería y ninguno nos habíamos dado cuenta.

“Bueno cariño, no pasa nada, mañana lo llevamos.”

“¡NOOOOO! ¡MAÑANA NOOOO! ¡SI LO LLEVAMOS MAÑANA SE ENTERARÁ DE QUE LOS REYES NO EXISTEN!”

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Os prometo que estaba teniendo la mayor llorera que he visto a mi hija en toda su vida. Tenía tal disgusto que el corazón se me ablandó y decidí ir a casa de mis padres aprovechando que viven cerquita.

Salgo de casa paquete en mano, me subo al coche, aparco frente a la casa de los abuelos y como ya son las once de la noche decido usar mis llaves por si están dormidos. En qué momento…

Nada más entrar en el salón ahí estaban mis padres, follando a lo bestia en el sofá de flores en el que yo veía los dibujos de pequeña. Yo sé que mis padres (y en general todos los padres o al menos la mayoría) follan. Yo follo y espero seguir haciéndolo cuando tenga 70 años. Pero una cosa es saberlo y otra cosa es verlo.

No era un misionero tímido, chiquillas, NOOO. Mi madre estaba a cuatro patas y mi padre le estaba dando pero bien. Y claro, mi cara fue un poema de Bécquer.

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Me puse tan nerviosa al ver esa escena 100 por 100 explícita que no pude evitar reírme, y mis padres al verme casi infartan del susto. Yo me metí en el baño en lo que se vestían y al salir a todos nos dio un ataque de risa.

Mi padre, que es más campechano que nadie, coronó la historia con el mejor comentario del mundo: “ya querrás tú tener la chispa que tenemos nosotros a nuestra edad”. No os mentiré, me alegré por ellos, pero a los Reyes les pedí un regalo adicional… NO VOLVER A PILLARLES NUNCA JAMÁS.

 

Anónimo