Fui a Laponia a por trabajo y Papá Noel me comió lo de abajo

(Relato escrito por una colaboradora basado en una historia que nos llegó via mail)

Mi padre se prejubiló a los 65 después de haber trabajado 41 años en la misma empresa. Qué barbaridad, ¿verdad? Eso a la gente de nuestra generación no le va a pasar.

Una, porque hoy en día empezamos a trabajar mucho más tarde. Y, otra, porque lo de entrar en una empresa en prácticas y jubilarte en ella es el animal mitológico favorito de los millennials.

Pero yo no he venido aquí a hablar de precariedad laboral ni de los millones de puestos de trabajo que he ido sumando a mi extenso currículum. Que largo es un rato, pero es que a mí lo que me cuesta es encontrar algo estable. Porque curreles de semanas y días, he tenido chorrocientos. He tenido varios de solo horas. Así nos va.

En fin, que me vuelvo a desviar. La cuestión es que por estas fechas siempre me acuerdo de uno de mis trabajos temporales más memorables: El de ayudante de Papá Noel.

Conseguí ese puesto a través de la misma agencia con la que obtenía la mayor parte de mis ingresos por aquel entones. De azafata de congresos, normalmente. En plan dos días, aquí, una mañana allá, un finde en el otro lado… Lo de siempre. Así que, cuando me ofrecieron un contrato de casi un mes, con el mismo horario todos los días, lo firmé sin dudar.

Al final de la primera semana ya me estaba cagando en todo, y eso que me quedaba lo peor. Era un alivio saber dónde iba a trabajar a más de dos días vista, aunque el trabajo era mucho más cansado de lo que había imaginado y estaba mal pagado. Menos mal que había un pequeño aliciente que me daba fuerzas para presentarme cada jornada en aquel poblado de cartón piedra con ínfulas de aldea lapona: El adorable Papá Noel.

 

Fui a Laponia a por trabajo y Papá Noel me comió lo de abajo

 

Porque debajo de aquel disfraz enorme y de aquella barba blanca que casi le tapaba la cara entera, se escondía uno de los tíos más divertidos y socarrones que he conocido. Cuando llegaba a mi casa cada noche, no solo me dolían los pies, me dolía la cara de reírme. No había un momentito que no aprovechara para soltar una barbaridad. Una tarde casi me hago pis encima con la que me soltó entre un niño y el siguiente. El tío me sacaba quince años, no era ningún adonis, se estaba divorciando y llevaba una racha de mierda muy bestia, el pobre. Pero a mí me ponía perraca total. Y, en cierto momento, me di cuenta de que yo a él también.

Porque, poco antes de la primera mitad del contrato, los chistes y chascarrillos empezaron a subir de tono. A partir de ese momento, además de llegar con los cachetes doloridos de reír, llegaba a casa cachonda perdida.

Me dije a mí misma que esa espinita nos la teníamos que sacar y el tiempo se nos agotaba, porque en dos días aquella mini Laponia se iba a transformar en una sala del trono para los Reyes Magos. Mi Papá Noel tenía los días contados.

No tuvimos ni que hablar, los dos sabíamos lo que queríamos. Yo no dudé cuando me adelantó en el pasillo que llevaba al cuarto que nos habían habilitado como vestuario, se metió dentro y dejó la puerta abierta. ¡Cómo nos cundieron todos y cada uno de los minutos de la pausa del almuerzo! ¡Madre del amor hermoso! ¡Qué fantasía más loca hecha realidad! ¿A quién le importaba morirse de hambre el resto de la tarde? A mí no, ni por mí ni por él. Porque Papá Noel comer… sí que comió. El tío me comió toda la parrusa con los rizos de la barba amontonados en la barbilla y haciéndome cosquillas en los muslos. Si es que hasta follando me hizo reír. Si menos mal que era el último día, porque perdí una de las prótesis de las orejas y no me di cuenta hasta el cierre.

 

Fui a Laponia a por trabajo y Papá Noel me comió lo de abajo

 

Me despedí de él esa noche pensando que era una pena que hubiéramos esperado tanto, porque no me importaría repetir.

Y al final… repetimos un par de veces más. Yo, sin orejas picudas y con una peluca que me daba un aire al Príncipe de Beukelaer. Él, con una barba llena de bucles dorados y una corona de plástico. No sé por qué me había hecho a la idea de que cambiarían de hombre para cambiar de personaje, cuando no se habían molestado en contratar otra azafata para cambiar al elfo del Polo Norte por el paje de los Reyes Magos. Pero, mira, una grata sorpresa.

Y hasta aquí uno de los Top 5 de mis escarceos sexuales preferidos, el que más ha dado —y sigue dando— que hablar entre mis amigas, y al que, por aclamación popular, pusimos por título ‘Fui a Laponia a por trabajo y Papá Noel me comió lo de abajo’.

 

Carlota

 

Envíanos tus movidas a [email protected]

 

Imagen destacada