No sé ni cómo empezar esta historia porque todavía me hierve la sangre.
Hace unos meses, recibí una invitación para la boda de una amiga lejana del instituto con la que había mantenido contacto solo a través de Facebook. Ella se había mudado a la otra punta del país. No era mucho de usar las redes, de vez en cuando hablábamos y ya. Sabía que iba teniendo algún noviete y, desde hacía un par de años, estaba con el mismo y estaba muy feliz.
No tenía claro si podría ir a la boda, también lo veía un poco fuera de lugar, porque, aunque ella siempre fue simpática, ahora no manteníamos un contacto muy continuo.
Finalmente, pensé que sería divertido ir a su boda, ver a viejos amigos y pasar un buen rato. Además, estaba pasando una ruptura con un rollete que viajaba mucho por trabajo y me dije que me merecía una juerga.
El problema empezó cuando llegué a la iglesia. Ya sabes, todo el mundo en sus mejores galas, sonrisas, el ambiente típico de una boda, vaya. Me senté en uno de los bancos de atrás porque llegué tarde, como siempre. Estaba distraída cuando de repente comenzó la marcha nupcial. Giré la cabeza hacia el altar y casi me da un infarto. Allí estaba, el novio, esperando a la novia… Y era él.
Sí, el mismo cabrón que me dejó sin una razón clara, después de que yo le pidiera formalizar lo nuestro y buscar la manera de vernos más. Eché cuentas y pude calcular que llevaba prácticamente el mismo tiempo con ella que conmigo, es decir, que empezó con las dos a la vez. Pero a mí me había dejado hacía seis meses y había desaparecido.
Sentí que me faltaba el aire y mi cerebro intentaba procesar todo. Me quedé paralizada en el banco, sin saber si salir corriendo o quedarme y montar un escándalo.
Decidí quedarme, porque salir en medio de la ceremonia sería demasiado dramático, incluso para mí. Pero no podía dejar de mirarle. Allí estaba, vestido de traje, con esa sonrisa que una vez me volvió loca y que ahora me hacía querer darle una paliza.
Mi cuerpo me gritaba parar la boda, tenía que proteger a mi amiga. Explicarle todo y dejar a ese capullo en evidencia, pero no me atreví, solo pude quedarme en shock.
Miré a mi alrededor y vi a algunas caras conocidas del instituto. Me dio muchísima vergüenza imaginarme pegando gritos en aquel contexto y ser el escándalo de la boda. Nadie sabía nada de mi lío con él, porque mientras no fuera algo oficial, yo no quería hacerlo público, ni en redes ni en ninguna parte. Además, como nos veíamos tan poco por su trabajo (ja-ja-ja) supongo que una parte de mí, sabía que eso no iba a ningún lado.
La boda siguió y entró mi amiga, estaba preciosa y puso una cara de felicidad tremenda al verme. Yo no fui capaz de hacer nada, solo sonreí y la vi avanzar con aquel capullo.
Se dieron el sí quiero y salieron de la iglesia.
Después de la ceremonia, fui a la recepción. Necesitaba una copa, o diez. Me acerqué al bar y pedí un vino tinto. Mientras bebía, intentaba mantener la compostura.
Se me acercaron antiguos amigos y nos pusimos al día. Intenté estar distraída, me puse en mi mesa y charlé con todo el mundo, mi mente estaba decidiendo qué hacer y, mientras tanto, yo me iba poniendo hasta arriba de vino.
Hicieron esas cosas típicas de boda que nadie soporta, los regalitos, los bailes etc. Y en un momento perfecto, mi mirada se cruzó con la de él. Y se quedó blanco.
Eso me motivó y en ese momento vi claro que tenía que hablar con ella, pero decidí que ese no era el momento.
Se merecía tener su día y poder gestionar todo esto sin tener delante a todos sus amigos y familiares.
Cuando ya me quité el peso de decidir, me dediqué a pasármelo bien. Decidí quedarme hasta el final, no iba a dejar que él arruinara mi noche. Bailé con viejos amigos, me reí y hasta disfruté un poco. Sabía que la vida sigue y que hay cosas que simplemente no tienen sentido, pero que, de alguna manera, te enseñan algo.
Al día siguiente, la llamé y le pedí que se inventase una excusa para vernos urgentemente en el hotel, que no quería que nadie supiera que hablaba conmigo. Ella no entendía nada, pero aceptó.
Cuando vino, tuve la conversación más dura que había tenido en mucho tiempo. Le enseñé llamadas, whatsapps, fotos, todo.
Cuadramos fechas, empezamos a ver la luz y pude ver en su cara todo el dolor de la que ha apostado su vida por una persona.
Me dijo que estaba bastante convencida de que él sacó mi contacto de su Facebook, es decir, que tenía que saber que éramos amigas, pero que al estar tan lejos, debió pensar que no se enteraría nunca.
La vi rota, pero no sorprendida. Imaginé que no era la primera vez que pasaba algo así, pero no quise preguntar.
Me ofrecí a confrontarlo si me necesitaba, pero me dijo que no hacía falta, que tenía que gestionar esto sola.
Esa tarde cogí el AVE de vuelta y me fui a mi casa.
Y bueno, ahora tengo una historia de boda que nadie podrá superar. Porque de verdad que no puede ser más surrealista. La vida tiene formas muy extrañas de enseñarte lecciones. Y yo, aprendí la mía.
Anónimo.