Fui a una cita en verano con caca de paloma encima

Era verano y hacía un calor infernal. Yo iba tan feliz por la calle de camino al bar donde me esperaba mi cita, un chico que me presentó una amiga y al que conocía tan solo de un día.

En el trayecto, me tuve que parar un buen rato en una gran avenida de estas que tiene un semáforo que tarda una eternidad en ponerse en verde y que, por mucho que le des al botoncito de marras, eso no parece reaccionar. Total, que con ese calorazo y yo que, además, llevaba la espalda semi descubierta, me quedé esperando a la sombra de unos árboles un poco más retirada del paso de peatones.

Esos árboles pertenecían al típico mini jardín municipal con una fuente donde había palomas refrescándose.

Tan cerca me puse de la fuente que, por un instante, sentí como me hubiese salpicado el chorro en la espalda porque notaba algo fresquito. No le di importancia porque con ese calor se evaporaría enseguida.

La cita

El chico estaba esperándome en la terraza del bar, justo lo tenía enfrente y me estaba viendo llegar, cosa que me da mucha vergüenza desde siempre. No soy nada tímida, pero hay cosas muy aleatorias que me dan vergüenza como esto. Otra cosa que me da mucha vergüenza es pedir a alguien que me saque una foto cuando estoy en modo turista o comprar condones en la farmacia, prefiero hacerlo en una perfumería y, a ser posible, mezclado con un acondicionador, un esmalte de uñas… porque eso de tenerlo que pedir me mata: “No, el normal no, el de estrías.” Me muero.

En fin, llegué a la mesa y me senté enfrente porque si me ponía de lado no podía mirarlo bien a los ojos y eso para mí es súper importante en una primera cita. Distinto sería que coincidiéramos con más gente y, bueno, te pones a su lado para que haya más roce. El rato del bar estuvimos genial, así que di por hecho que la cosa prometía y le propuse ir una heladería que nos pillaba cerca. De camino, noté como que quería arrimarse, incluso pude notar un ademán de querer cogerme de la cintura, pero se quedó solo en eso.

Yo seguí hablándole como si nada porque no me parecía grave, es decir, igual el chaval estaba tanteando el terreno y le daba un poco de corte o, simplemente, temía tomarse tantas confianzas demasiado pronto.

A partir de ese momento la cita fue decayendo.

En a heladería estuvimos bien, pero lo notaba un poco incómodo y con prisa por irse. Es decir, vale que el helado como pestañes dos veces se te derrite y te pringa toda la mano, pero yo nunca he visto a nadie devorar tan rápido una tarrina de vainilla con cookies, o sea, la vainilla no era de Madagascar ni nada, no podía estar tan bueno.

pareja en una cita

Incómoda en la cita

En fin, que me empecé a sentir incómoda de verlo tan raro y como no me gusta andarme con rodeos le dije:

― Mira, me lo he pasado genial contigo, de verdad, y por mí me pasaría más tiempo charlando, pero tengo la sensación de que estás deseando salir pitando de aquí y no entiendo muy bien por qué, yo te he visto muy a gusto todo el rato. 

Automáticamente, la cara del chico se puso red velvet. No se vio venir mi sinceridad y se estaba agobiando tanto que yo estaba por coger mi bolso y salir corriendo. Tanto se me debió de notar que el chico me respondió:

― Por favor, no te enfades. Es cierto que me lo he pasado genial y me siento muy bien contigo, pero antes cuando fui a cogerte por la cintura vi que tenías todo el top por detrás y la parte de arriba el pantalón manchado como blanco… entre blanco y un poco gris y… 

El chaval se quedó pillado, pero no había terminado. Yo lo miraba con los ojos muy abiertos aún asimilando lo que me estaba diciendo.

― ¿Y qué?

― Que a mí no me importa si vienes de otra cita o de verte con otro porque, a ver, no somos nada… Tú me gustas, eso está claro, pero no tenemos ningún tipo de exclusividad, lo que pasa que se me hace duro ver eso ahí…

¿Ver el qué?

Primero me quedé petrificada. Al segundo, reaccioné y me fui al baño sin mediar palabra con el chico, que me miraba angustiado desde lejos. Me bajé los pantalones y me giré el top para ver la mancha. Sí, tenía una mancha blancuzca muy rara, pero no era una corrida como me había insinuado. De helado no podía ser, además, fue antes de llegar a la heladería. Tampoco me había apoyado en ningún asiento sucio… OSTRAS. El semáforo.

― ¡La mancha no es semen, hombre, es caca de paloma! 

Estaba tan aliviada que no modulé el volumen. Se lo aclaré a mi cita ¡y al resto de la heladería también!

 

Ele Mandarina