Ahora me río pero menudo apuro pasé en la situación. La cosa fue así: yo conocí a este chico cuando fui a hacer la entrevista para trabajar en una cafetería. Entré a la cafetería con mi camiseta de Sakura Cazadora de cartas, el chico me dijo “bonita camiseta” y hasta ahí la primera interacción que tuve con él. 

Yo pensaba que era un cliente habitual y me olvidé totalmente de su existencia ya que me mandaron a otra de las cafeterías. Me llevaba tan bien con mis compañeras que muchas veces en mi día libre iba a verlas y allí me lo encontré. Charlamos un rato y me enteré de que no era un cliente, era el encargado de la cafetería donde hice la entrevista.

Vino a verme un par de veces en horas de trabajo y me acabó pidiendo mi número de teléfono. A mi me había parecido un chico muy majo, un poco tímido pero agradable así que decidí que como amigos nunca sobran no estaría mal hablar de vez en cuando con él, por lo que accedí.

Todo bien y muy normal en las primeras conversaciones. Nos hicimos las típicas preguntas sobre la edad, aficiones… así seguimos hasta que a los pocos días me dice que si quería ir al cine con él. A mí el cine siempre me ha encantado pero no había tenido muchas oportunidades de ir porque no tenía muchos amigos en aquel momento, me vino de perlas que a él también le gustara y como nuestro trabajo era en la misma empresa fue muy fácil que nuestros horarios coincidieran. Quedamos un día en el que él terminaba de trabajar por la tarde y yo lo tenía libre, acordamos que iría a verle a la cafetería ya que su casa estaba a 10 minutos de allí y así se duchaba rápido, se cambiaba y ya nos íbamos.

Vale, ahora tú lees esto y no tiene nada de raro. Una quedada con un amigo tan normal como cualquier otra (excepto porque me iba a meter en su casa cuando hacía una semana que conocía al chaval, pero ese es otro tema). Pues imagina mi cara ante esta situación: subimos a su casa. Me dice que enseguida sale y que me ponga cómoda. Yo preferí quedarme en la entrada acariciando a su gato pero giré la cabeza hacia su sala de estar y me veo encima de la mesa de café una caja con dibujos de chicas de anime y de un elemento extraño. Me fijo más por curiosidad y pienso “no puede ser, esto es que me ha fallado la vista y estoy confundiendo cosas”. Nos vamos al cine y todo genial.

Me propone quedar otra vez al día siguiente con un plan diferente pero la misma forma de proceder. Terminaba de trabajar, íbamos a su casa y etc. Ahí ya NECESITABA salir de dudas. Él mismo me había dicho que le podía esperar en la salita si quería así que allá que fui yo, bien golismera que soy, a ver qué coño era eso. Y vaya. Un coño que era, literalmente. Tenía dos vaginas en lata encima de la mesita, una dentro de la caja y la otra fuera. Me aguanté un poco la risa porque me supo mal y dije “un despiste lo tiene cualquiera”.

UNA SEMANA. ENTERA. CON LAS VAGINAS EN LATA EN LA MESA.

Ojo, que cada cual en su casa hace lo que quiere y tiene lo que quiere, pero es que a mi lo que me hacía gracia es que él no se había dado cuenta de que se las había dejado ahí. Al final se lo tuve que decir porque no me aguantaba la risa cada vez que las veía. Le dio una vergüenza tremenda y fue a guardarlas rápido con tan mala pata que fui a usar el baño y se las había dejado en el lavamanos.

A día de hoy tengo menos contacto con él pero esta anécdota me sigue haciendo muchísima gracia, creo que pronto le hablaré para recordar los viejos tiempos en los que conocí a sus juguetes sexuales al mismo tiempo que a él, pero no en la cama.

Rocío