Conozco a mi mejor amiga desde que teníamos 6 años, desde el colegio, y siempre hemos sido uña y carne. En la adolescencia, empezamos a planear el viaje de nuestras vidas, un tour por Europa pasando por Paris, Bruselas, Ámsterdam y Londres, cómo mínimo. Queríamos coger una mochila y largarnos a la aventura.

Con 18 años, decidimos que íbamos a hacer el Interrail. Pero aquel proyecto se quedó en el aire porque nuestra situación económica no nos permitió llevarlo a cabo. Pero nosotras no perdíamos la fe en algún día hacer nuestro viaje soñado.

Unos años después, ya con 23, estábamos ambas terminando nuestras carreras y trabajando a tiempo parcial, yo como camarera y mi amiga como dependienta, para sacarnos un dinero y, quizás, poder hacer ese ansiado viaje que llevábamos planeando desde niñas. Pero los veranos al final eran para trabajar y no para viajar.

Pero no fue hasta casi los 30, cuando por fin logramos irnos de viaje. Parece ser que se alinearon los planetas. Yo acababa de quedarme sin trabajo tras 5 años en una empresa, y mi amiga, que no era muy feliz dónde trabajaba, decidió cogerse una excedencia y probar suerte en otros sectores. En ese momento teníamos 29 años y dinerito en las cuentas bancarias así que dijimos o ahora o nunca.

Planeamos un tour por Europa. Yo tenia ganas de recorrer Italia, pero mi amiga ya conocía Roma y Florencia, así que nuestro primer destino fue Milán. Después pasaríamos unos días por Suiza, luego Alemania, parte de Francia para acabar nuestro tour en Bélgica.

Destinamos un mes entero a nuestro viaje, pero ya con la organización de este empezaron los problemas: yo quería concretar cuantos días estaríamos en cada ciudad para buscar alojamiento, y me amiga quería irse a la aventura. Comprar el vuelo de ida a Milán, vuelta desde Bruselas y el resto improvisar. Aquí ya empezó a darme ansiedad… yo que soy doña orden y control, era incapaz de dejar en manos del azar un viaje tan importante así que cogí dos noches de hotel en Milán para por lo menos tener dónde dormir cuando llegáramos. Además miré buses desde Italia a Suiza, investigué qué ciudades de Suiza y de Alemania merecían más la pena visitar, y también cogí un hostal en Bruselas para la noche antes de nuestro vuelo desde allí.

Mi amiga no sé si se tomó bien o mal mi organización, simplemente no me dijo nada. Se plantó en el aeropuerto el día que nos íbamos sin más. Sin ningún plan, sin nada mirado por su parte y con una mochila que yo no sé cómo metió ahí ropa para un mes.

Los primeros días fueron un caos total. No sólo no había preparado nada, si no que además le daba pereza todos los planes que yo le iba proponiendo. Había día que decía estar cansada y no quería salir del hotel. Y yo, que no me había ido a Europa para estar metida en una cama de hotel, me iba sola a hacer turismo. Que casi era mejor, porque los días que salíamos las dos, iba sin ganas, quejándose de todo y encima especial con la comida, al final acabábamos comiéndonos un bocadillo o un trozo de pizza porque a la señorita no le gusta nada y no quería probar la gastronomía típica de cada sitio. Esto añadido a que podía pasar varios días sin ducharse y con la misma ropa, puesto que había traído una mochila que apenas tres conjuntos.

Llevábamos toda la vida siendo amigas, pero jamás nos habíamos ido de viaje, y tú puedes llevarte muy bien con alguien, pero estar 24 horas con esa persona es otra historia. A mitad del viaje yo lo único que quería es que pasara el medio mes que nos quedaba lo más rápido posible.

Cómo os podéis imaginar, el viaje acabó como el rosario de la aurora. El vuelo de vuelta fue súper incómodo, a penas hablamos. Y cuando volvimos a nuestras vidas cotidianas ya nunca volvió a ser lo mismo. Supongo que la convivencia reveló entre nosotras incompatibilidades que hicieron difícil seguir manteniendo una amistad.

Eso añadido a que me fue poniendo verde en nuestro grupo de amigas, que si yo era una mandona, que había que hacer lo que yo decía. En fin, no siempre tu mejor amiga va a ser tu compañera de viaje ideal.

Anónimo