Follaba que daba gusto. Teníamos un sexo maravilloso. Él me inició en los juguetes y juegos sexuales. Alto, fuerte, unas manazas de mecánico que ¡madre mía!

Pero no todo era sexo. El día a día, la rutina, las típicas movidas de pareja, el cada día aguantar menos a alguien, lo fiestero que era, las pelotillas de los calcetines por mi suelo recién aspirado, sus eructos y sus pedos…. Al final fueron motivos para dejarle. Me pesaban más los malos momentos que los buenos. Spoiler: si ha salido mal una vez, no volváis a caer. Es una trampa. 

Lloré lo que no está escrito. Casi 5 años juntos. Superamos una pandemia, un aborto, la muerte de mi padre, la muerte de una amiga, una convivencia en una casa pequeña… pero la vida sigue, y no nos vamos a estancar cuando era una crónica de una muerte anunciada.

Después de dejarlo, me siguió tirando los trastos. Un mes, dos meses, tres… El día antes de mi cumpleaños me contó que llevaba unos meses conociendo a una chica (¡qué oportuno!). Y echando cuentas, había tonteado conmigo estando con ella.

Le mandé el típico mensaje parrafada de “Gracias por estos años, que seas muy feliz, ahora me doy cuenta de que al final nuestro hilo rojo del destino se termina de cortar para siempre. Te estaré agradecida siempre por todo, y eres la persona a la que más he querido en la vida”. Obviamente entendí que, al estar con alguien, se acabaría el tonteo conmigo. Pero no.

Paralelamente yo intentaba conocer gente. Digo intentaba porque últimamente cualquier chico que se me acercaba tenía una tara que ni los outlets de ropa. Los polvos que eché durante ese tiempo fueron más bien flojitos tirando a “¿joder el sexo fuera de mi exnovio era así?”. Ya sabemos que las comparaciones son odiosas.

Amigas… mi ex novio era el mecánico de mi coche. Con la mala suerte de que tocó llamarle para una reparación. Es fantástico ahorrarte la mano de obra y que te hagan las chapuzas del coche en el garaje de casa. Yo no iba con ninguna intención. Sobre papel éramos “dos personas adultas que han compartido su vida durante años, pero ya saben perfectamente que tienen vidas distintas y uno de ellos pareja”

Después de apretar las tuercas al coche… me dijo que si se podía duchar en mi casa y nos íbamos a tomar algo con mis amigas para saludarlas. Plan que acepté.

Tenerle en calzoncillos en casa era tan familiar, que parecía que no habían pasado casi 10 meses desde que lo dejamos. Incluso me hacía gracia. Hasta que se metió en la ducha y me propuso ducharnos juntos para ahorrar agua. Y yo, por ecologismo y por cuidar el planeta, me metí en la ducha con él.

Me empotró contra los mandos de la ducha hasta que se agotó el agua caliente del termo.

Nos fuimos a tomar algo con mis amigas, con una sonrisa de oreja a oreja.

El polvo post-reparación del coche solo fue el comienzo de lujuria, perversión y el mejor sexo que he tenido en él durante años. Era fenomenal quedar para divertirnos. Sin rutinas, sin reproches, sin ataduras. Únicamente dos cuerpos disfrutando que se conocían a la perfección. Encajábamos tan bien que cada vez quedábamos más.

Ese primer polvo fueron sensaciones conocidas, familiaridad, magia, pasión, necesidad, diversión, complicidad, confianza extrema. Pero también fue enfado, vergüenza, cargo de conciencia y sensación de ser “la otra”. Pero esta vez lo bueno compensaba lo malo.

¿Cuándo se acabó?

Cuando un domingo habíamos quedado por la tarde. Y esa mañana, él recién llegado de fiesta en su casa, le pareció buena idea escribirme para confesarme cositas. ¿Que qué me confesó? Se pasó de bocas y de confiado y me dijo que le ponía cachondo mi mejor amiga. Que todo el tiempo que había estado conmigo había babeado por ella. Que había tenido fantasías con las dos. Que había tenido pensamientos fogosos cuando ella venía a mi casa a estar con nosotros tirados en el sofá haciéndonos cosquillas en el brazo y viendo películas. El saber que mi exnovio además de un cerdo era imbécil, fue el detonante para recuperar el amor propio y terminar de mandarle a la mierda por idiota.

Eso sí, me está costando encontrar a alguien que me haga correrme como lo hacía él. ¡Universo, dame suerte!

Altea.