Cuando me casé creí que lo hacía con un hombre que sería un marido maravilloso. Y cuando me quedé embarazada pensé que mis hijos tendrían al mejor padre del mundo. Luego vino la vida, nos pasó por encima como un tsunami, nos dio un revolcón y, para cuando salimos de nuevo a la superficie, todo había cambiado. De repente el hombre con el había formado una familia, era una persona completamente diferente. Supongo que yo también, no digo que no. Ya no éramos los mismos y la pareja que formábamos no tenía nada que ver con la de unos años antes.

A mí ya no me gustaba él en ninguna de sus facetas. Ni como hombre, ni como compañero de vida, ni siquiera como padre. No entendía qué había pasado hasta entonces. Si llevaba una venda que se había ido con el tsunami o si lo habían abducido los extraterrestres y me habían devuelto a uno de los suyos dentro del cuerpo de mi pareja.

Fuera como fuese, iniciamos los trámites de separación. No veas qué sorpresa cuando, después de arreglar de la forma más civilizada el tema de las escasas propiedades y demás, llegamos al de la custodia de los niños. De pronto el tío era un claro candidato a Padre del año.

Después de haber pasado olímpicamente de todo lo que implicaba la crianza y educación de sus hijos. Después de haber descargado toda esa responsabilidad en mí, me venía con que quería la custodia compartida. No la pedía por amor a nuestros niños, ni por evitar perderse su infancia, no. La pedía para joderme y hacerme daño. Y para evitar la pensión alimenticia. Porque estaba tan alejado de su realidad como padre, que no era ni medio consciente de lo que le supondría económicamente tener a los niños a su cargo el 50 % del tiempo. Por no decir nada de lo que le supondría ser padre en solitario esas dos semanas al mes por las que tanto estaba dando por culo.

Porque dio mucho por culo, pero al final gané la custodia total de mis hijos. Y ahora… me arrepiento. Estoy arrepentida porque mis hijos han perdido a su padre.

No era el mejor, pero era el que tenían. Y desde que se limita a verlos cuando le toca según el régimen de visitas que sigue de forma escrupulosa, ha reducido la cuota de atención que les dedicaba en la misma proporción. Es decir, mis niños solo tienen padre los findes alternos y las vacaciones asignadas. El resto del tiempo está totalmente ausente. No se implica en absolutamente nada. No les llama para saber cómo están, para preocuparse por ellos o por saber cómo les han ido los exámenes o si han ganado el partido del finde. Si es por él, no se entera de cuando están enfermos, de si se portan bien en clase ni de nada que no ocurra o le cuenten cuando les toca estar con él. Por lo que a él respecta, el resto del tiempo es un hombre soltero y sin familia.

Tal vez debí ceder, compartir la custodia, cruzar los dedos y esperar que se comportara como es debido. Porque ahora ya estamos metidos de lleno en este bucle y no sé si lograré sacarnos de ahí.

 

Anónimo

 

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