Tus manos en mi espalda. La presión de tus dedos en mis costillas, hundiéndose lentamente mientras mi lengua recorre cada hueco de tu clavícula. Mi nariz aspirando la mezcla de almizcle y nicotina que siempre tanto me gustó. Tu garganta ronca que despierta en mí ese lado salvaje, de loba hambrienta con ganas de morder y tus ojos verdes clavados en las curva de mi cintura, desvistiéndome en silencio.

Y el hambre. Puto hambre. Esas ansias casi animales de devorar, de desgarrar la carne y hundirme tan profundo en ti como sea posible.

Sonríes a medias y entonces te desvaneces. Yo gimo, intentando atrapar las piezas que faltan y que son tan tuyas que joder, duelen siempre, como si mi piel las echara de menos.

Y entonces despierto y recuerdo que hace 363 días desde la última vez que me bebí tu saliva, 522.720 minutos desde el último brunch con  tu lengua y 363,00625 segundos desde la última vez que me corrí arañando tu espalda.

Y el reflejo ojeroso en mi espejo me dice que fui yo la que decidió que se acababa. Fueron mis labios los que murmuraron cualquier excusa tonta sobre la distancia, el cambio horario y tu estúpida manía de sentir poco y follar mucho.

Mis manos buscan inconscientemente tu foto entre mi lista de contactos y tu sonrisa me quema al instante. Como uno de esos cortes superficiales que duelen tanto. Y Juego a decirte todo lo que pienso. Que echo de menos tumbarme en la cama contigo mirando las estrellas, pasar distraída la mano por tu pelo y ver cómo se escapan tus mechones entre mis dedos. Que no te imaginas cuanto echo de menos tus lunares, tus cicatrices y seguir con mis yemas el rastro de tus venas perdiéndose en tu piel.

Pero acabo tirando el móvil a la cama y cerrando fuerte los ojos…y el corazón.

@Pau_aranda21