Verano, bendito verano de calores extremos, de sudores nuevos, de bikinis viejos. Bendito verano de masificaciones, de quemarte los pies en la arena, de que te rebote hasta el chirri el calor concentrado durante todo el día en el alquitrán.
¿Quién no vive aguardando el día de soltar 1.500 láminas por cualquier cuchitril en la costa?
¿Quién no desea compartir escasos 3 m² de playa con los nueve miembros de otra familia, porque no da la extensión de la arena para más?
¿Quién no ansía dar largos paseos vespertinos, a la brisa del mar, y rozarse los muslos con el salitre?
Por si no he imprimido bastante carga irónica en las palabras anteriores, ODIO el verano. Y a mí no me la dais quienes lo preferís por las vacaciones, es porque estáis encorsetados con horarios escolares y no tenéis otra.
Me reconcilio brevemente con él cuando como helado, cuando me tomo el aperitivo en la terraza antes de cenar o las pocas veces que me puede abstraer en la lectura con los pies enterrados en la arena. Luego amanece un nuevo día y vuelven los odios que dormían.
Últimamente estoy descargando de bilis al verano porque la estoy compartiendo con algo aún peor: el verano en Instagram.
El verano en Instagram es cruel y deshonesto. Es cruel porque anda recordando a esas mortales tiesas que no pueden permitirse vacaciones. Es deshonesto porque hierve de postureo. No te creas que no sé que has hecho 50 fotos antes de dar con la que tiene el ángulo justo, en el momento justo, en el que parece que no posas. No disfrutarías igual esa piña colada en el chiringuito de moda, ese conciertito en la playa o ese paseo en barco si no me lo pudieras enseñar, ¿verdad?
El verano en Instagram es un canto al encoger barriga, a las gafas de sol con morritos y a los filtros. Es un canto a la vanidad de quienes quieren mostrar el mejor destino, los cuerpos más moldeados, las familias más interesantes, los amigos más divertidos, los planes más molones.
El verano en Instagram son tres meses de sopor crónico. No pasa nada interesante porque en el mundo no hay nadie haciendo nada que no sea mostrar su verano en Instagram. No hay noticias, o hay noticias viejas que, aunque relevantes, hay que dejar aparcadas porque en verano no pegan. Así que hay refritos de cosas viejas, debates encendidos sobre temas intrascendentales porque la gente se puto aburre, recopilatorios de parejas de famosos que no son pareja, solo rumores, y, aunque lo fueran, da igual porque no los conoce nadie.
El verano en Instagram son recopilatorios que ya ni se esfuerzan en ser novedosos. Los bookstagrammer publican los libros presuntamente más refrescantes del verano, aunque no valgan para inducir a la siesta. A los que creen que saben de música les da por hacer listas de los temas de los últimos 40 veranos, incluyendo aquella canción de hace cinco años que les parecía la mierda máxima. La “Potra salvaje” suena de fondo en prácticamente todos los posts de gente anónima que la anda reproduciendo por encima de sus posibilidades.
El verano en Instagram es el cancán de los viejos vestidos de Comunión o el personaje de Arturo en “La casa de papel”: pesado y absurdo.
¿A ti también te provoca hastío el estío?
¿Tú también meterías la cabeza hasta octubre en el río?
Un consejo te voy a dar:
sobrevive mejor al verano
evitando el verano en Instagram.