Tal cual. Y es que, si la vida en general es dura, la vida que nos hemos empeñado en llevar muchas mujeres es de traca. Digo empeñado, porque no hemos hecho otra cosa durante las últimas décadas que echarnos peso a la espalda e ir de superwoman. Siendo sinceras, no nos da tiempo ni a plancharnos la capa para poder volar adecuadamente y para no tener que hacer una tarea más, hemos aprendido a tenderla tan estirada como la frente con el botox.

Y así es camaradas, todos los días me levanto pensando en la lucha por la igualdad, de hecho, lo considero uno de los pilares para que las relaciones interpersonales sean sanas. No sólo se deben depositar las cargas en un lado de la balanza porque, es sabido que si lo hacemos, la balanza ya no es que se incline, es que termina volcando. Y cuando algo vuelca a veces no se puede volver a levantar. Como cuando te sientas en un sofá profundo y no tienes suficiente memoria de sentadillas en tus glúteos como para levantarte con decoro.

Según pasa el día mis convicciones van sufriendo reveses, esquivo comentarios prefabricados patriarcales, ninguneos estereotipados, prensa casposa, ofensas a aquellos que son diferentes, opiniones fascistoides, etc. y para la hora de comer, ya creo un poco menos en el éxito de la lucha y que los buenos valores del feminismo al uso se asienten en esta sociedad. Voy viendo menos probable que consideremos personas y no géneros, ni clases, ni razas, ni nos cieguen los colores del arcoíris que ampara todas las sexualidades o las asexualidades del mundo mundial. 

Para cuando el sol se pone ya he pasado toda la tarde jugando con mi hijo de tres años a todo aquello a lo que mis padres nunca quisieron jugar conmigo. Durante nuestros juegos, he hecho escapadas cual espía de la guerra fría, a beber un sorbito de birra, a colgar la ropa de la lavadora y pelar patatas para la cena… Siempre cruzando los dedos para que tarde en darse cuenta de que falto y no aparezca queriendo ayudarme. En ese momento cuando pregunta ¿mamá puedo yo también? Le digo siempre SÍ, vamos a hacer las cosas entre los dos, aunque me suponga el doble de trabajo. Le insisto en que quiero que sea un adulto provechoso, nada de un “hombre hecho y derecho”. 5 minutos le cuesta aburrirse, verá cuando me aburra yo a los 5 minutos del puzzle de Gormitti. Efectivamente, a mí no me está permitido.

Por eso, cuando el padrazo entra por la puerta y se sienta a cenar, ya no tengo ni hambre. Abro otra lata de cerveza, enciendo un pitillo y me dejo caer en la comodísima silla de madera de la cocina, ¿es la primera vez que me siento en todo el día?- pienso, nunca lo digo. Y entonces, el licor ocre resbala por mi estómago produciéndome un mareíto tan reconocible como placentero (pipi piripí). Con esto, ya no me acuerdo del feminismo hasta el día siguiente.  No porque no lo considere crucial y vaya a abandonar la lucha, sino porque ya no me quedan fuerzas ni para considerar.

 

MUXAMEXA