Para que os hagáis una idea sobre mí, yo siempre he sido bastante tímida. En el instituto era la que se quedaba siempre detrás de los demás, la que nunca levantaba la mano, aunque supiese la respuesta, la que se ofrecía a sacar las fotos solo para no salir en ellas. Me sentía un poco el “patito feo”, y aunque con los años he aprendido a quererme, esa timidez no ha desaparecido.

Con el tiempo me he dado cuenta de que no debo intentar cambiarme, sino aceptar las cosas que a priori parecían defectos. Me gusta ser reservada y compartir mis cosas con la gente cuando hay algo de confianza, me parece una virtud, pero hay una clara desventaja: para ligar soy lo peor.

Digamos que necesito un cartel luminoso con luces de neón y tamaño XXL para saber que le gusto a un tío, y aun así me cuesta horrores entrarle. Me espero a que él sea el que da el primer paso y a veces me quedo a dos velas. No me entendáis mal, no lo hago por creencias machistas y casposas tipo “es que somos princesitas a las que hay que cortejar”. PARA NADA. Lo hago porque en cuanto me acerco me quedo muda, no sé que decir y siento que hago el ridículo.

Total, que en septiembre dije “HASTA AQUÍ”. Para algunos enero es el mes de los buenos propósitos pero para mí lo es septiembre, así que el día 1 decidí que iba a empezar a entrar a todos los tíos que me gustasen, y eso he hecho.

Han pasado 2 meses y he sacado una serie de conclusiones que quiero compartir con vosotras:

Al principio cuesta MUCHO.

Recuerdo los primeros tíos con los que ligué, concretamente el primero de todos. Era un chico guapísimo que medía casi dos metros y que me entró por los ojos en un concierto. Él estaba con sus amigos y yo con mi grupo, así que mis coleguis que sabían de mi nuevo propósito me animaron para hablar. Con más ganas que vergüenza me acerqué y le dije:

“¿Te gusta el grupo?”

Menuda pregunta de mierda. ¿Cómo no le iba a gustar si estaba en el concierto? Aun así la frasecita surtió efecto y acabé en su casa.

No quiero encontrar el amor, al menos de momento.

Al principio tenía complejo de Cenicienta y quería encontrar a mi media naranja, pero a medida que pasaron las semanas empecé a darme cuenta de que primero tenía que conocerme a mi misma.

A lo mejor os sorprende, pero abrirte a alguien (ya sea un ligue, un amigo o cualquier ser humano) es una manera brutal de autoconocerte a ti mismo. De mostrarte vulnerable. Y bueno, poco a poco estoy aprendiendo a quererme.

Follas mucho, pero no siempre bien.

Ahora mis amigos se cachondean mucho diciendo que no me puedo quejar, que follo más que nadie. Sí, es cierto que en estos últimos meses he echado un montón de polvos, pero no siempre buenos.

Sobre todo me pasaba al principio. Veía a un chico súper atractivo en un bar y pensaba que sería un empotrador nato. Eso es lo malo de idealizar a un tío. Y claro, al llegar a su casa o invitarle a la mía se me caía un mito.

Con el tiempo he aprendido a ajustar mis expectativas y disfruto mucho más.

Te van a rechazar y NO PASA NADA.

Sí, amiguis. Como comprenderéis, si le entro a todos los tíos que me gustan, por pura estadística alguno tiene que mandarme a la porra. Yo no soy ni la más guapa, ni la más atractiva, ni la más divertida, ni nada, porque para gustos los colores, y a lo mejor para algunos soy una diosa y para otros un orco.

He aprendido a aceptar que lo que piensen algunas personas (en este caso hombres o potenciales ligues) de mí no me define. Yo soy la primera que piensa “uy, con ese no me enrollaría”, y no pasa nada si alguien lo piensa de mí siempre que me trate con respeto, me parece lo mínimo.

Salvo un par de neandertales, los tío que me han rechazado lo han hecho con muchísima educación, así que no puedo quejarme. Aun así os aseguro que cara a cara duele más un rechazo que vía Tinder. ¡De todo se aprende!

¿Crees que serías más feliz si te lanzases más? ¿Serías capaz de llevar a cabo este experimento?