Hace un par de semanas estaba con dos amigas. La una y la otra, comenzaron a decirse que qué bien se veían y a intercambiarse frases como «estás delgadísima, ¡has perdido muchísimo!». Estuvieron así un rato hasta que se percataron de mi presencia y se callaron poniendo cara de circunstancias.

Y yo, sencillamente, les dije: «Tranquilas, ya he engordado yo por vosotras». A lo que siguió un silencio incómodo.

Pero para mí no es incómodo. He engordado. Es algo que se ve, que noto y que está ahí. Es objetivo. Veamos, no he engordado algo desorbitado. Pero sí que tengo tripa, más culo y los mofletes más rellenos. Y aquí viene la locura: me veo mejor.

El mundo parece no entenderlo y, claro, como no he adelgazado, nadie lo dice ni me lo comenta con una sonrisa. Pero quiero aclarar algo: estos nuevos kilos vienen de felicidad, de estar más tranquila y sí, de comer mejor. ¿De comer mejor? «Pero si has engordado», dirán muchos, Sí, porque ya no malcomo, no me olvido de alguna comida y la ansiedad no me cierra el estómago. Como rico, como sano y duermo más.

Vamos, que estoy mejor. Y si esta serenidad me ha traído tripa y culo, ¡pues alegría y bienvenido sea! Pero claro, nadie me va a felicitar del modo: «Ay, estás más rellena. ¡Qué feliz te veo! ¡Has engordado un poquito!». Porque la sociedad nos dice y nos repite que eso es fallar, que es un error, no has cumplido con cómo debes ser. Y claro, no se puede.

Eso sí, la gente sí que te lo dice cuando piensan que vas a hacer algo para evitarlo. Por ejemplo, se me ocurrió comentar que iba a probar apuntarme a un gimnasio. ¿Para qué? Querría ir a algunas clases, hacer algo de cardio, cuidar mis rodillas… Vamos, que mis motivos son míos y ya está. Pues al comentarlo sí que hubo quien dijo: «seguro que, en al poco de ir ya adelgazas, tranquila». Y claro, le tuve que comentar que bueno, no lo decía por adelgazar. Porque no, no todo es por eso, cuidarme no es eso. Y ahí, llegó otro silencio incómodo (para mí, no, claro).

O cuando una persona, asegurando que me lo decía «desde el mayor respeto», me comentó que un vestido me hacía tripa «de embarazada». «Claro, me hace tripa porque la tengo», le dije. «No, ay, no, no tienes, es el vestido…» ¡Qué no, leñe! Que ni el vestido, ni la costura. Tengo y no pasa nada. Voy a empezar a ponerme camisetas que ponga: sé que tengo tripa, déjate de eufemismos.

Tengo mofletes, chicha nueva, pero también como sano, me muevo, no tengo ansiedad y soy más feliz. Perdonad que os diga, pero me quedo con una talla más o que un vestido me marque ropa. Aunque parece que nadie lo entienda.

Sé que nadie me va a dar la enhorabuena por haber engordado como se lo dicen entre ellas por verse delgadísimas. Así que me miro al espejo y me lo digo yo: ¡Ay, qué feliz se te ve!

 

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