Hice tres años de lactancia materna, ¡y solo le di de un pecho!

 

Me dijeron que sería imposible, pero me “encabezoné”. Siempre he tenido un pecho un poco tocado, ya que con veintipico años sufrí un accidente de coche que me destrozó buena parte del lado derecho de mi cuerpo. Ya no solo es la sensibilidad extrema, sino que la forma no es la más ergonómica. Al margen de los complejos que me haya podido ocasionar, he conseguido recuperarme, rehacer mi vida y que no me afecte a mi vida sexual. 

Cuando llegó el momento de enfrentarme a la maternidad, no quise que mi actitud de superación quedase eclipsada por las hormonas. Aunque recibí muchas opiniones, más o menos alentadoras, me propuse darle el pecho a mi hija. Y lo conseguí. 

Las opiniones son como el culo

No solo es que, como los culos, “todo el mundo tenga uno”; sino que, además, en la mayoría de los casos se opina “mierda”. Sin tapujos. Los más allegados, que vivieron conmigo el infierno del accidente, daban por hecho que ofrecería a mi hija lactancia artificial. Yo nunca me pronuncié, ya que tenía claro que también era una opción válida. No lo consideraba la alternativa de las “madres perdedoras”; para mí era el suplemento ideal en el caso de no llegar a producir suficiente leche o si la bebé tenía problemas de agarre, o mi salvavidas de no poder dar el pecho. 

En cualquier caso, el comentario iba teñido de impotencia y pena. Aún no conocía el sexo biológico de mi bebé y mi entorno ya estaba condicionando su alimentación. 

Los expertos no tan expertos

Semanas antes de dar a luz, mi matrona me recomendó asistir a un grupo de preparación al parto para compartir con otras madres dudas y consejos, antes de sumergirnos de lleno en nuestros roles de madres. Fue en este grupo donde encontré un espacio seguro para hablar sobre las inseguridades que me provocaban las consecuencias de mi accidente y la lactancia. Entre las madres encontré comprensión y amabilidad, pero fue la matrona la que intentó arrancarme por completo la idea de dar el pecho a mi bebé con mi condición. Según ella, de “producir” mi pecho perjudicado no daría suficiente leche para alimentar a un bebé y solo uno no sería suficiente. 

He de confesar que, por muy firme que fuese mi decisión de intentarlo, tuve periodos de recelo. Además, se sumaban los comentarios de mi médico: “Ya bastante has sufrido, evítate más disgustos”, y yo creyéndome que pensaban en mi bienestar. 

Mi hija llegó al mundo para callar bocas

Mi pequeña campeona nació por cesárea, así que aún me costó mucho más convencer al personal médico de mi hospital de que me permitieran realizar el piel con piel. Mi marido se encargó de darle calor a nuestra hija durante las primeras horas, hasta que por fin convencí al doctor de que me permitiese intentarlo. Vi las estrellas. Constelaciones enteras, especialmente de mi pecho malo. No agarraba ni de uno ni de otro y la niña solo lloraba y lloraba. 

Pasé varios días ingresada en el hospital. Sin éxito. Las enfermeras empezaron a alimentar a mi bebé con fórmula, ya que no había manera de que se agarrase. Horas antes de darme el alta, me visitó una amiga que es asesora de lactancia y ella obró el milagro. Mi nena se cogió con ganas a mi pecho sano y se alimentó hasta quedarse totalmente saciada y dormida. 

Mi amiga me garantizó que solo un pecho es capaz de producir litros de leche suficientes para alimentar a mi hija, que él solo se regularía según las necesidades de la bebé. Y así lo hizo. 

Me quedé “deforme”, con un pecho mucho más grande que el otro. Jamás fui tan feliz siendo “deforme”. Tres años de feliz “deformidad” que me hicieron entender la increíble capacidad de recuperación que tiene nuestro cuerpo.

 

Anónimo