Me gustaría haber sido consciente de lo que implica la maternidad desde el momento en que supe que mi hija estaba en camino. Habría asumido la responsabilidad y, quizás, tendríamos una relación más estrecha, ella no hubiera arrastrado ciertas carencias y yo no viviría lastrada por la culpa.

Cuando mi hija me dijo que estaba embarazada, me puse muy contenta. De hecho, considerando cómo me sentó la noticia de mi propio embarazo, me sorprendió lo bien que acogí aquello. Según pasaban los meses yo estaba más y más feliz y, en algún momento, entendí que quizás la vida me estaba dando una oportunidad para resarcirme: sería una abuela ejemplar. Ayudaría a mi hija a criar a su niño, en la medida en que me lo permitiera, y así devolverle algo de lo que no le di. Si es que eso es posible.

Madre no disponible

Me enteré de que estaba embarazada a los 20 años. Mis 20 de entonces no fueron como los de mi hija ni como los de la juventud de ahora, pero, aún así, era inmadura. No reunía cualidades suficientes como para ser una madre mínimamente capaz. Analizando a mi yo de entonces, apoyaría que se estableciesen unos requisitos indispensables para ser madre o padre, sinceramente.

madres

Al padre le pasaba lo mismo, así que tampoco podía tirar de mí. Nos casamos estando yo embarazada y nos fuimos a vivir a casa de mis padres, subsistiendo con su ayuda y con el pobre salario que ganaba mi por entonces marido.

Nació mi hija y, para mí, era como tener una muñequita. Era preciosa, con esos mofletes, ese pelo negro y los conjuntitos en rosa con las que la cambiaba varias veces al día. Pero la niña fue creciendo y demandando unas atenciones más allá de bañarla, cambiarle el pañal, darle el pecho o mecerla para dormir. Y yo no estaba preparada.

Mientras tanto, mis amigas estudiaban, salían, andaban con chicos, volvían a las tantas los sábados por la noche y, en definitiva, hacían las cosas propias de su edad. Tras el embarazo y los primeros meses, sentí que me ignoraron, pero no las culpo. Sus caminos eran muy diferentes, y yo me sentía atrapada en una vida que no había elegido, solo era fruto de un descuido. Después terminó mi relación con el padre, y comencé a salir más de lo que ya lo hacía.

Mi madre asumió las tareas que yo no asumí. De algún modo, siento que la honro cuando ejerzo de buena abuela, allá donde esté. Era ella quien se ocupaba de la niña, porque yo no sabía qué cenaría esa noche, si tenía gimnasia al día siguiente, si tenía problemas en el colegio o dónde vivían sus amiguitas. La veía en las comidas y antes de dormir, y porque vivíamos en la misma casa. Como si fuera mi hermana en lugar de mi hija.

Cuando me veía obligada a llevármela de escapada de fin de semana o al café de la tarde con mi novio de turno, no sabía cómo tratarla. Si se portaba mal, a mi corto juicio, le gritaba y ella lloraba. No le gustaba estar conmigo, yo me sentía rechazada y, en un círculo vicioso, rehuía aún más el tiempo que pasaba con ella.

Recuerdo muchos numeritos de gritos y peleas en público entre las dos. Recuerdo un domingo en la playa en el que la perdí de vista, por estar charlando con mis amigas, hasta que anunciaron su nombre por megafonía media hora después, la recogí llorando y le reñí por irse para donde no debía. Miré para otro lado cuando, durante su adolescencia, me advirtieron de que andaba con malas compañías y empezó a suspender mucho en el instituto. Afortunadamente, ella encontró su camino, y no porque yo se lo iluminara como debí haber hecho.

Mi padre me recriminaba mi actitud con mucha dureza, aunque con razón. Mi madre mediaba y seguía ocupándose, sin quejarse para no espolear a mi padre y que tomara decisiones drásticas. Todo por el amor que nos tenía a mí y a mi hija. No sé qué hubiéramos hecho sin ella.

Abuela de matrícula

Ya digo que su embarazo me caló hondo y una tarde, en su casa, me sinceré con ella y le pedí perdón por haber sido una madre tan nefasta. Se ve que ella ha sacado la compasión de su abuela, mi madre, porque fue muy benévola y comprensiva conmigo. Me dijo que yo era muy joven, que quizás no estaba preparada.

Mi nieto me hace feliz todos los días por cómo es. Por fin valoro lo que es criar a un niño, ver su evolución, reír con sus gestos y sus ocurrencias, sufrir cuando sufre. Ahora sí me siento preparada. Quiero hacerme tan presente en su vida como mi hija y su pareja me lo permitan, quererlo mucho, contribuir a su educación sin perder la paciencia y darle esos caprichitos que dan las yayas y que se quedan entre los recuerdos bonitos de la infancia.

Quiero estar para todo lo que necesiten y me he propuesto firmemente no cuestionar jamás sus formas al criar. ¿Con qué derecho lo haría? Asumiré todas las tareas que quieran darme, sea hacer de canguro o de lo que haga falta. Siempre en un segundo plano asistencial, pero decidida a sacar de mí la mejor versión de abuela. Ya no puedo borrar las cosas que hice mal en el pasado, pero sí escribir un presente bonito.

Anónimo

 

[Texto reescrito por una colaborada a partir de un testimonio real]